Por
Wens Silvestre
La
decisión del presidente Donald Trump de lanzar una ofensiva comercial contra México
y Canadá, sus socios más cercanos, imponiendo aranceles del 25% a sus productos
y del 10% a China, es un acto de irresponsabilidad económica y geopolítica que
desafía toda lógica racional. En un mundo interconectado, donde las cadenas de
suministro son fundamentales para la competitividad de cualquier nación, iniciar
una guerra comercial sin una estrategia clara es más un ejercicio de estupidez
que de protección económica.

Lo
paradójico es que esta embestida no solo dañará a México y Canadá, sino que Estados
Unidos será el primer país en sentir los efectos negativos. Lejos de fortalecer
su industria, Trump ha encendido una bomba de tiempo que traerá inflación,
pérdida de empleos y debilitamiento del liderazgo global de EE.UU. ¿Por qué
alguien tomaría una decisión tan errónea? La respuesta no está en la economía
ni en la política comercial, sino en la psicología de Trump: el narcisismo, la
obsesión por el poder y una percepción errónea de la realidad han convertido su
segundo mandato en una receta para el desastre.
México
y Canadá no solo son los principales socios comerciales de EE.UU., sino que
también forman parte de una economía norteamericana interdependiente. Las
industrias manufactureras de los tres países están tan integradas que imponer
aranceles del 25% es un golpe directo a las empresas estadounidenses, que
dependen de insumos y productos intermedios provenientes de estos países.
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Más del 75% de los vehículos ensamblados en México y Canadá contienen partes
estadounidenses. Encarecer esas piezas hará que los autos fabricados en EE.UU.
sean menos competitivos y más caros para los consumidores, afectando seriamente
al sector automotriz.
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El comercio con México y Canadá no solo implica manufactura; EE.UU. importa
alimentos, medicamentos y materias primas esenciales de sus vecinos. Los costos
más altos de importación se trasladarán a los consumidores, aumentando la
presión inflacionaria.
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Canadá y México ya han anunciado que responderán con aranceles a productos
estadounidenses. Esto golpeará a los agricultores y exportadores de EE.UU., que
dependen de estos mercados.
En
lugar de proteger la economía estadounidense, Trump está saboteándola desde
dentro.
Curiosamente,
el arancel a China es solo del 10%, una medida mucho menos agresiva que contra
México y Canadá. Esto sugiere que, pese a su retórica contra Beijing, Trump
sabe que cortar la dependencia de productos chinos es más complicado que
destruir la relación con sus vecinos.
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Aunque Trump intenta forzar a las empresas a trasladar su producción fuera de
China, la realidad es que los costos y la capacidad de producción en el país
asiático siguen siendo esenciales para sectores como la tecnología y la
industria farmacéutica, por tanto, EE.UU. sigue dependiendo de la manufactura
china.
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Beijing no se quedará de brazos cruzados, aunque anunció acudir a la OMC, puede
tomar represalias contra empresas estadounidenses o limitar la exportación de
materias primas clave, como tierras raras, utilizadas en tecnología avanzada y
defensa.
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Mientras EE.UU. se pelea con sus socios, China fortalece sus lazos con la Unión
Europea, el Sudeste Asiático y América Latina, erosionando aún más la
influencia de Washington en el comercio global.
Si
la intención de Trump era debilitar a China, su estrategia es demasiado tibia y
mal diseñada. En cambio, lo único que ha logrado es aislar a EE.UU. de sus
aliados y fragmentar el comercio global sin ningún beneficio claro.
EE.UU.
se aísla y pierde liderazgo
Más
allá del daño económico, la guerra comercial contra México y Canadá socava la
posición de Estados Unidos en el escenario mundial.
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México y Canadá han sido aliados históricos de EE.UU. Iniciar un conflicto
comercial sin una razón válida envía un mensaje de que Trump está dispuesto a
traicionar a sus socios más cercanos, esto implica una pérdida de confianza
entre aliados.
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La OMC ya está recibiendo denuncias sobre la legalidad de estos aranceles. Si
EE.UU. sigue ignorando las reglas del comercio global, otros países podrían
hacer lo mismo, generando una fragmentación del sistema comercial que
beneficiará a economías emergentes y reducirá el peso de Washington en las
decisiones globales. La crisis en el sistema multilateral se agudizará.
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Mientras Trump aleja a sus aliados, China se posiciona como un socio comercial
más confiable. Si México y Canadá buscan diversificar su comercio para no
depender de EE.UU., Beijing será el principal beneficiado. Sin duda.
La
estrategia de Trump no tiene ninguna ganancia diplomática. Al contrario, debilita
su liderazgo y crea una oportunidad para que otras potencias reemplacen a
EE.UU. en el comercio internacional.
¿Por
qué Trump toma decisiones tan destructivas?
Para
entender por qué Trump insiste en políticas autodestructivas, hay que analizar
su perfil psicológico.
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Trump no tolera la crítica ni la oposición. Su guerra comercial no responde a
una estrategia racional, sino a un impulso de demostrar poder sin importar las
consecuencias.
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Trump no piensa en el futuro de EE.UU., sino en cómo sus acciones afectan su
imagen política a corto plazo. Prefiere imponer aranceles hoy para vender una
falsa narrativa de "protección nacional", aunque el costo a largo
plazo sea catastrófico.
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Trump cree que el comercio internacional es un juego de suma cero, donde un
país solo gana si el otro pierde. No entiende que EE.UU. depende de sus socios
comerciales tanto como ellos dependen de EE.UU. hay un claro desconocimiento de
los principios básicos de la economía.
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Trump ha construido un discurso de "América Primero" basado en la
idea de que EE.UU. puede prosperar solo. Pero, en la era de la globalización, un
país no puede ser económicamente fuerte aislándose del mundo.
Su
toma de decisiones no responde a un análisis económico sólido, sino a impulsos
emocionales y una necesidad patológica de reafirmar su poder.
En
síntesis, la ofensiva arancelaria de Trump contra México y Canadá no tiene
sentido económico, político ni estratégico. En lugar de fortalecer a EE.UU.,
sus medidas provocarán inflación, pérdida de empleos y de confianza en su
política exterior.
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Los aranceles afectan más a las empresas y consumidores estadounidenses que a
los países sancionados.
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China es el gran beneficiado de la fractura comercial de EE.UU. con sus
aliados.
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México y Canadá no se quedarán de brazos cruzados y podrían buscar nuevos
socios, debilitando aún más a EE.UU.
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El liderazgo global de EE.UU. se erosiona, mientras Trump refuerza su imagen de
"traidor" ante sus propios aliados.
Lo
más preocupante no es la política en sí, sino la falta de racionalidad y
estrategia detrás de estas decisiones. La administración de Trump no solo está
jugando con la estabilidad económica de EE.UU., sino con su posición en el
mundo.
Si
su primer mandato estuvo marcado por la improvisación y el caos, su segundo
mandato parece definido por un proteccionismo irracional que acelerará el
declive de EE.UU. como potencia económica global.