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miércoles, 3 de septiembre de 2025

Presupuesto 2026: más planilla, menos futuro

 Por Wens Silvestre

El Proyecto de Ley de Presupuesto del Sector Público 2026 confirma una tendencia incómoda: gastamos cada vez más en sostener el aparato estatal y menos en crear capacidades para que la gente salga de la pobreza por vías permanentes—empleo, infraestructura básica y servicios públicos que funcionen.

La aritmética que no cierra

Los totales crecen apenas 2,3% versus 2025, pero el gasto corriente sube 5,9% y absorbe todo el incremento, mientras el gasto de capital cae 13,0%. Dentro del corriente, el gasto en personal escala 13,8% (≈ S/ 11,3 mil millones adicionales), sin exigencia explícita de productividad, resultados ni mejoras verificables en la calidad del servicio al ciudadano. En paralelo, el servicio de la deuda salta 18,7%, presionando aún más un presupuesto que ya luce rígido.

En inversión, el indicador operativo por excelencia —Adquisición de Activos No Financieros— se contrae 15,9%. El golpe es particularmente duro en gobiernos locales (caída cercana a S/ 5,2 mil millones), justo donde se ejecuta el agua y saneamiento, caminos vecinales, pistas y veredas que cambian la vida cotidiana.

Productividad laboral estatal: el gran ausente

El Estado incrementa planillas y obligaciones sin atarlas a productividad ni a estándares de servicio. No hay metas de tiempo de atención, resolución de trámites, reducción de colas o satisfacción ciudadana asociadas al crecimiento de personal. Tampoco vemos reformas de gestión (meritocracia, movilidad lateral, despidos por bajo desempeño con debido proceso) que justifiquen remuneraciones crecientes.

Un presupuesto responsable no paga capacidades nominales, paga resultados: atenciones efectivas en salud, aprendizajes medibles en educación, tiempos de permiso de construcción reducidos, trámites 100% digitales, homicidios y robos a la baja con patrullaje inteligente. Nada de eso aparece como condición para expandir el gasto corriente.

La cuenta de la deuda: más grande y más cerca

El alza de servicio de deuda (≈ S/ 5,2 mil millones adicionales) se come una parte sustancial del espacio fiscal. Si el Ejecutivo no disciplina el corriente y no relanza inversión con alto retorno social, el país se encamina a un presupuesto crecientemente cautivo: más intereses, menos margen para cerrar brechas.

Pobreza e infraestructura: prioridades invertidas

Reducir pobreza sosteniblemente exige crecimiento y productividad; ambas dependen de infraestructura básica y servicios públicos de calidad. Pero estamos haciendo lo contrario: recortar inversión y engordar costos fijos. Este sesgo:

  • retrasa metas de agua y saneamiento, energía confiable, conectividad vial y digital;
  •  ahoga la operación y mantenimiento (se degrada lo ya construido);
  • expulsa inversión privada al mantener un entorno de servicios estatales impredecibles.

Política y economía política del presupuesto

Con un Ejecutivo débil y un Congreso populista, el menú de leyes favorece a servidores del propio Estado —nombramientos automáticos, aumentos de sueldos, bonificaciones, beneficios, rigideces—, no a la ciudadanía. Se legisla mirando la nómina pública más que la misión del Estado: seguridad, justicia y servicios básicos de calidad. Es el camino más corto hacia el despilfarro: gastar mucho y lograr poco.

Agenda mínima para corregir el rumbo (todavía en 2026)

1. Regla de planilla: tope de crecimiento del gasto en personal ≤ (inflación + crecimiento potencial) y condicionado a metas de productividad por sector (KPIs verificables de servicio).

2. Cero nuevas plazas netas y reordenamiento por movilidad interna; concursos meritocráticos y salida por desempeño deficiente con debido proceso.

3. Presupuesto por Resultados 2.0: metas trimestrales públicas (salud, educación, seguridad, trámites). Sin cumplimiento, congelamiento de créditos para bienes y servicios no esenciales.

4. Regla de “oro” operativa: endeudamiento solo para inversión con evaluación costo-beneficio y mantenimiento garantizado; prohibido financiar gasto corriente con deuda.

5. Reasignación inmediata (modificatorias) hacia agua y saneamiento, conectividad vial y digital, y mantenimiento en gobiernos locales y regionales, donde el retorno social es más alto y rápido.

6. Revisión independiente del gasto (spending review) enfocada en duplicidades, subsidios regresivos y programas sin impacto; cada punto de S/ ahorrado debe ir a inversión y servicios esenciales.

7. Compras públicas pro-productividad: contratos de servicio con SLA (acuerdos de nivel de servicio), penalidades por incumplimiento y licitaciones que ponderen calidad (no solo precio).

8. Digitalización total de trámites masivos con metas de reducción de tiempos y costos para empresas y ciudadanos; auditoría externa de experiencia usuaria.

9. Transparencia radical: tablero mensual por pliego con ejecución, hitos de inversión y métricas de servicio; premios y sanciones institucionales.

En conclusión, presupuestar no es “hacer caja” para la planilla; es asignar poder público a aquello que genera libertad económica y oportunidades para la gente. El proyecto 2026, tal como está, rigidiza el gasto, expande el gasto corriente (personal sube 13.8% sin anclajes de productividad), sacrifica inversión y agranda la bola de nieve de la deuda (+18.7%) y erosiona el espacio fiscal. Si el Ejecutivo no reasigna hacia inversión con retorno social y no ata planilla a resultados, el presupuesto 2026 será otra capitulación ante la inercia. El Estado existe para servir al ciudadano -no para servirse a sí mismo. Corregir no requiere magia: se necesita voluntad política para pagar resultados, priorizar infraestructura y devolverle al presupuesto su razón de ser: servir al ciudadano, no al aparato estatal.