Por: Wens Silvestre
El
Nobel de Economía 2025 honra una verdad incómoda y urgente: el crecimiento
sostenido no es la inercia del mercado, sino el resultado de crear ideas útiles
(Mokyr) y permitir que las mejores desplacen a las viejas (Aghion y Howitt).
Sin cultura científica ni competencia que seleccione, la economía se apaga. Esa
brújula es especialmente pertinente para el Perú -y en general para economías
emergentes- que aspiran a crecer por productividad y no solo por viento
externo.
Para empezar, Joel Mokyr nos recuerda que el progreso sostenido depende de un ecosistema de conocimiento: normas que valora la evidencia, talento científico en la “cola superior” y canales que convierten ciencia en técnica; al mismo tiempo, Philippe Aghion y Peter Howitt formalizan el motor schumpeteriano: innovar para escapar de la competencia, asumir que cada mejora “roba mercado” a la tecnología previa y que el crecimiento es la tasa de estas mejoras. Si fusionamos ambos lentes, la política económica deja de ser un catálogo de subsidios y se vuelve diseño institucional: proteger la búsqueda de verdades y asegurar mercados contestables. En suma, sin cultura científica no hay oferta de ideas, y sin mercados contestables esas ideas no se traducen en productividad.
Ahora
bien, si miramos al Perú con ese doble lente, el diagnóstico es claro. Por un
lado, persiste un déficit de prerrequisitos: la inversión en I+D apenas ronda
el 0,16% del PBI y los resultados de PISA 2022 se mantienen por debajo del
promedio de la OCDE en matemática, lectura y ciencia, con pocos estudiantes en
los niveles de máximo desempeño. Por otro lado, también hay avances que
conviene poner en valor: la Política Nacional de CTI al 2030 ofrece una hoja de
ruta para coordinar Estado, academia y empresa; además, la adopción de fibra
óptica ya alcanza alrededor del 80% de las conexiones fijas (unas 4,19 millones
a junio de 2025), lo que sienta bases tangibles para digitalizar procesos,
educación y servicios. Asimismo, se asoma destrucción creativa focalizada: la
transición hacia finanzas abiertas (Open Banking/Open Finance) promete elevar
la rivalidad en pagos y crédito, mientras la competencia en conectividad fija
está desplazando tecnologías legadas y reordenando liderazgos. Dicho de otro
modo, la economía peruana innova sobre todo por adopción y muestra brotes de
reemplazo tecnológico, pero todavía no cristaliza un régimen de innovación
propio y a escala.
De
ahí que la lección del Nobel no sea un homenaje académico, sino un guion de
política. En términos prácticos, conviene blindar la política de CTI con metas
verificables —por ejemplo, llevar la I+D al 0,5% del PBI en un quinquenio—,
exigir cofinanciamiento privado, comprar por desempeño y evaluar rigurosamente
programas como ProInnóvate o los CITES. En paralelo, resulta imprescindible
multiplicar talento de frontera mediante becas, repatriación de PhD y
consorcios universidad-empresa con laboratorios compartidos, además de
garantizar libertad académica efectiva. La evidencia comparada es clara: sin
masa crítica de investigadores y sin transferencia, la máquina de ideas se
ahoga. A la vez, es clave hacer que la competencia premie al innovador:
portabilidad de datos y APIs estandarizadas en banca para acelerar el Open
Banking; reglas pro-entrada en telecomunicaciones para sostener la presión en
la última milla; y procedimientos de quiebra ágiles que liberen capital y
talento desde empresas no viables hacia las que sí innovan. Es importante combatir
la informalidad, simplificando procesos administrativos, optimizando costos
laborales no salariales e inspecciones inteligentes: sin reasignación
eficiente, no hay destrucción creativa que rinda. Finalmente, porque la destrucción creativa
genera perdedores transitorios, conviene acompañarla con reconversión laboral,
orientación y seguros bien focalizados; no es un “pero” a la innovación, sino
su seguro social.
Para
que el discurso no se quede en promesas, corresponde medir lo que importa.
Primero, elevar el GERD (I+D total sobre PBI) del 0,16% al 0,5%, garantizando
que al menos la mitad se ejecute en proyectos colaborativos
universidad-empresa. Segundo, aumentar la proporción de estudiantes en Niveles
5-6 de PISA y reducir el porcentaje por debajo del Nivel 2, como termómetro del
“talento de cola superior”. Tercero, rastrear la contestabilidad: cuántos
nuevos participantes obtienen licencias en finanzas y telecom, cuánta
participación de mercado ganan a incumbentes y cuánto tarda la portabilidad de
datos en banca abierta. Cuarto, seguir la difusión digital: hogares y pymes con
fibra, adopción de servicios en la nube/IA y brechas de productividad entre
firmas que adoptan y las que no.
En
definitiva, si un país quiere crecer en serio, debe sembrar ciencia y dejar
competir a las ideas. Perú —como muchos emergentes— ya colocó algunas piezas:
una política de CTI y una infraestructura digital que se acelera. Con todo,
falta lo decisivo: convertir la innovación en regla del juego y aceptarla como
el mecanismo que reasigna recursos hacia donde generan más valor. Porque en
economía, como subrayan Mokyr, Aghion y Howitt, lo nuevo no es un lujo: es la
única forma de no quedarse atrás.

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