martes, 30 de diciembre de 2025

Crecer en 2026 no será cuestión de “toda máquina”, sino de “toda credibilidad”

Por Wens Silvestre

Hay un problema con los eslóganes cuando la economía entra en fase de sobriedad: prometen velocidad justo cuando el mundo, y el Perú dentro de él, se mueven por prudencia. En 2026, el crecimiento global estará lejos de una épica expansiva, y el crecimiento peruano —aunque razonable— no se parece a un motor al límite. Por eso el lema “Perú a toda máquina” no solo desentona en un gobierno de transición: corre el riesgo de convertirse en propaganda engañosa si no viene acompañado de reformas mínimas, medibles y urgentes.

En primer lugar, las instituciones internacionales convergen en una idea simple: el mundo crecerá, pero poco. El FMI proyecta que el crecimiento global desacelerará a 3,1% en 2026. A la vez, la OCDE es más cauta: ve al mundo bajando a 2,9% en 2026, y subraya fragilidades asociadas a incertidumbre de políticas y tensiones comerciales. Por su parte, el Banco Mundial insiste en la mediocridad estructural: tras un 2025 flojo, anticipa un repunte modesto hacia ~2,5% en 2026–2027 (promedio). Finalmente, el Foro Económico Mundial no ofrece un número único, pero sí un termómetro inquietante: 72% de economistas jefe espera que la economía global se debilite “en el próximo año”, precisamente por disrupción comercial y alta incertidumbre de política. De ahí que el panorama base sea de resiliencia, sí, pero con un sesgo evidente a enfriarse cuando las reglas del comercio y la geopolítica vuelven más costosa la coordinación. 

Ahora bien, ese cuadro importa por una razón adicional: el crecimiento global bajo suele ser tolerable… hasta que se combina con fricciones comerciales y reglas impredecibles. En consecuencia, aparece el sesgo a la baja: menos comercio efectivo, cadenas de valor más caras, inversión más tímida y productividad más lenta. Y cuando eso ocurre, los países que dependen de inversión y de exportaciones —como el Perú— no solo enfrentan menor demanda, sino también mayor volatilidad y más prima de riesgo.

Dicho esto, para el Perú el consenso real no está en un “milagro”, sino en un rango. El FMI ubica el crecimiento en 2,7% para 2026. En contraste, el Banco Mundial es más conservador con 2,5% y advierte riesgos por incertidumbre política preelectoral y condiciones externas. En el frente interno, el BCRP, en su actualización de diciembre de 2025, ajusta al alza y proyecta 3,0% para 2026. Asimismo, la OCDE lo sitúa en 2,8%. En el sector privado, BBVA Research proyecta 3,1%, aunque reconoce el freno típico del año electoral por mayor incertidumbre. Y, del lado del gobierno, el MEF ha defendido un escenario más optimista cercano a 3,2% para 2026. Por lo tanto, el rango 2,5%–3,2% describe una economía estable, pero no “a toda máquina”: es crecimiento condicionado, no aceleración plena.

A continuación, la propia dispersión de números revela que el crecimiento de 2026 se decidirá más por política que por macro. El Perú entra al año con inflación controlada y fundamentos que, en términos regionales, son una ventaja. Sin embargo, el país enfrenta un escenario base de inercia (≈ 2,6%–2,9%), un escenario optimista si se destraba inversión (≈ 3,0%–3,4%) y un escenario estresado si se combinan fricción global y pausa electoral (≈ 1,8%–2,4%). En otras palabras, Perú no necesita un lema que prometa potencia: necesita certeza para que la inversión no se paralice y para que el crecimiento no se quede en un techo modesto.

En ese marco, el problema del eslogan en un gobierno de transición es doble. Por un lado, hay una soberbia comunicacional: proclamar velocidad cuando el margen de maniobra real es limitado. Por otro, hay un riesgo de expectativas mal calibradas: sugerir un despegue que no aparece ni en los números oficiales ni en la lectura global. Así, la frase “Perú a toda máquina” termina siendo contraproducente, porque la confianza se construye con señales creíbles y resultados verificables, no con grandilocuencia.

Por eso, si el país quiere moverse del escenario base al optimista, el nuevo gobierno debe atacar lo único que hoy realmente mueve la aguja: la incertidumbre. En consecuencia, necesita un pacto mínimo de gobernabilidad, señales macro no negociables (autonomía del BCRP y disciplina fiscal), un destrabe de inversiones con cronograma público, gestión territorial preventiva del conflicto y, fundamentalmente, una reforma del Estado orientada a un tamaño óptimo y eficiente: menos duplicidad, más meritocracia, plazos vinculantes, ventanillas únicas reales y compras públicas que ejecuten sin abrir puertas a la corrupción. En suma, si algo ha demostrado la última década es que la crisis política no solo cambia presidentes: encarece el capital, ralentiza proyectos y condena al país a crecer “más o menos”. En 2026, la diferencia entre “crecer” y “despegar” no estará en un eslogan: estará en si el Estado deja de ser el principal factor de incertidumbre.

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