domingo, 11 de mayo de 2025

La economía de la reconciliación en un mundo al borde del colapso

Por: Wens Silvestre

Vivimos en un mundo que, pese a su desarrollo tecnológico sin precedentes, parece olvidar los fundamentos más simples y poderosos de la vida: amor, libertad, paz y bien. Estas cuatro palabras, que algunos desdeñan por considerarlas ingenuas, son en realidad las claves perdidas para restaurar un orden mundial justo, sostenible y verdaderamente humano. Hoy, más que nunca, urge recordar que la economía sin ética, la política sin verdad y la libertad sin amor son caminos seguros hacia la destrucción.

En este contexto, la reciente elección del Papa León XIV —Robert Francis Prevost, teólogo austero y pastor de periferias (nacionalizado peruano)— no solo simboliza un cambio de rostro en la Iglesia, sino también una señal del tiempo. Su mensaje inaugural, lleno de humildad y llamado a la unidad, ha sido una ráfaga de aire limpio en un clima geopolítico intoxicado por la guerra, el odio y el cinismo institucional. Mientras los políticos de las naciones se blindan en trincheras ideológicas, este nuevo líder espiritual llama a "construir puentes" con una voz que no busca imponerse, sino sanar.

No obstante, a lo largo de la historia, muchas civilizaciones han confundido poder con control y libertad con dominio. En nombre de la seguridad o el progreso, se han construido muros, se han endurecido fronteras, se han promovido guerras. Hoy, según el Institute for Economics and Peace (2025), hay más de 50 conflictos armados activos y 114 millones de personas desplazadas por la violencia o el clima. ¿Es este el precio de la modernidad?

Asimismo, la economía —que debería estar al servicio del interés general— ha sido capturada por la lógica del beneficio inmediato. La inversión global en armas superó los 2,2 billones de dólares en 2024 (SIPRI, 2025), mientras más de 820 millones de personas pasan hambre. En este absurdo moral, ¿qué tipo de humanidad estamos modelando? ¿Dónde quedó la economía del bien?

A ello se suma la dimensión ineludible de la crisis climática, que no es una amenaza futura, sino una realidad presente que actúa como multiplicador de pobreza, migraciones forzadas y conflictos sociales. Sequías prolongadas, fenómenos extremos, pérdida de cosechas y desplazamientos masivos están alterando las bases materiales de la vida y restringiendo el horizonte del desarrollo humano. El Banco Mundial estima que más de 200 millones de personas podrían verse obligadas a desplazarse dentro de sus países de aquí a 2050 por razones climáticas y podría sumir en la pobreza a 132 millones de personas para 2030. Si no respondemos con visión y justicia ambiental, la sostenibilidad será una quimera.

Por tanto, no habrá paz verdadera ni prosperidad duradera sin un perdón sincero. No me refiero únicamente al perdón individual o confesional, sino un perdón político, estructural, que reconozca errores históricos, pida perdón a los pueblos olvidados, y apuesta por la reconciliación como política pública. En ese sentido, los políticos, especialmente quienes conducen naciones en guerra o sumidas en la desigualdad, deben reconciliarse entre ellos antes de exigir sacrificios a sus pueblos. La rivalidad entre bloques, la lógica de "amigo-enemigo", ha llevado al mundo al borde del abismo. La paz debe dejar de ser un discurso de protocolo para convertirse en un proyecto económico y político viable, basado en la confianza mutua, el diálogo valiente y la reconstrucción de la dignidad general.

Desde esta perspectiva, resulta imprescindible pensar en una economía sustentada en valores trascendentes: amor por el prójimo, libertad interior, paz social, y bien integral. No se trata de romanticismo, sino de realismo radical. Estudios del Banco Mundial han demostrado que las sociedades con mayor cohesión social y menor desigualdad tienden a tener mayor crecimiento económico sostenible. Y es que donde hay paz sincera, hay inversión; donde hay amor social, hay innovación; donde hay libertad auténtica, florece la creatividad.

Además, amar, en términos políticos, significa poner al ser humano al centro. Liberar, en términos económicos, significa romper con el yugo del miedo, del hambre, de la exclusión. La paz no es la ausencia de balas, sino la presencia de justicia. Y el bien no es un ideal lejano, sino un horizonte que da sentido a cada política pública.

En consecuencia, el Papa León XIV, aunque no sea un actor político tradicional, representa una de las pocas voces globales con autoridad moral suficiente para despertar conciencias. Precisamente por no estar vinculado al poder terrenal, su mensaje tiene una fuerza simbólica difícil de ignorar. Él ha recordado que la historia no está escrita, que aún hay tiempo para la conversión social, y que los liderazgos futuros no se medirán por el PIB ni por el poderío militar, sino por su capacidad para sanar, unir y cuidar. Su mensaje no es solo para católicos, sino para todo ser humano que aún crea en la posibilidad de un mundo reconciliado.

En definitiva, el mundo no necesita más tratados comerciales sin alma ni más pactos militares sin razón. Lo que necesita con urgencia son hombres y mujeres capaces de amar con inteligencia, de liberar sin destruir, de pacificar sin someter y de hacer el bien sin esperar aplausos. Tal vez todo empiece por asumir que las cuatro palabras que cambiaron la historia —amor, libertad, paz y bien— no son solo un ideal, sino la única economía viable para que la humanidad tenga futuro.

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