Hugo Chávez, el arquitecto inicial de este régimen, usó su carisma y retórica populista para ganarse la confianza del pueblo venezolano. Prometió un futuro más justo y equitativo, pero lo que entregó fue un sistema basado en mentiras, autoritarismo y corrupción. Su sucesor, Nicolás Maduro, ha llevado estas tácticas a niveles aún más extremos, transformándose en un tirano que no duda en anunciar y ejecutar crímenes contra aquellos que se atreven a protestar o pensar de manera diferente.
Para
mantener su poder, Maduro ha sometido todo el aparato del Estado. El poder
judicial, el legislativo, el Ministerio Público y, principalmente, las Fuerzas
Armadas han sido infiltrados y controlados por el régimen. La justicia, lejos
de ser un baluarte de imparcialidad, se ha convertido en un instrumento de
persecución política. Cualquier intento de oposición es sofocado con fuerza o
tácticas legales manipuladas.
Bajo
la administración de estos líderes autoritarios, la economía venezolana ha sido
destruida sistemáticamente. Políticas económicas irresponsables, expropiación
de empresas y una corrupción desenfrenada han llevado a la hiperinflación, al
desabastecimiento de alimentos y medicinas, y al colapso de los servicios
públicos. Venezuela, un país que alguna vez fue uno de los más prósperos de la
región, ahora enfrenta una crisis humanitaria de proporciones épicas.
La
devastación económica y la represión política han forzado a millones de
venezolanos a abandonar su país en busca de un futuro mejor. Esta migración
masiva ha generado serios problemas sociales en los países vecinos, incluido
Perú, que han tenido que enfrentar desafíos económicos y sociales adicionales
para acoger a los refugiados venezolanos. La solidaridad y el esfuerzo de estos
países son encomiables, pero la raíz del problema sigue siendo el régimen de
Maduro. En un eventual escenario de permanencia del régimen de Maduro, a pesar
de todas las evidencias del fraude, más ciudadanos venezolanos migrarían a
países como Perú.
En
el último proceso electoral, María Corina Machado jugó un rol protagónico. Esta
valiente líder opositora ha sido una voz incansable en la lucha por la
democracia en Venezuela. Las huestes de Maduro, temerosas de una competencia
justa, utilizaron artimañas legales para impedir su candidatura a la
presidencia. A pesar de estos obstáculos, Machado ha continuado su lucha,
inspirando a millones de venezolanos a no rendirse.
El
clímax de este proceso de destrucción y represión llegó el pasado 28 de julio,
con unas elecciones presidenciales marcadas por un fraude descarado. El Consejo
Nacional Electoral, liderado por el servil de Maduro conocido como Amoroso,
declaró sin fundamento que Maduro había ganado las elecciones. Este acto de
total descaro colmó la paciencia de los ciudadanos venezolanos. Sin embargo,
gracias a la labor de los testigos del proceso electoral, que lograron rescatar las actas reales que el régimen de Maduro pensó que la oposición no
podría obtener, la verdad salió a la luz. Las actas reales escaneadas
demostraron que el verdadero ganador de las elecciones fue Edmundo González.
Ante
este hecho, la OEA convocó a una sesión extraordinaria para aprobar un proyecto
de resolución que exigía al régimen de Maduro exhibir las actas del proceso
electoral. Sin embargo, la vergonzosa abstención de Brasil y Colombia, y la
ausencia de México, los convierte en cómplices de la crisis venezolana. Han
antepuesto sus afinidades políticas sobre los principios democráticos.
Las
medidas preventivas de la oposición venezolana para asegurar la integridad de
las actas del proceso electoral han demostrado, sin lugar a dudas, que Maduro
no era el ganador, sino el candidato opositor. Países como Estados Unidos,
Argentina, Perú, Uruguay, Ecuador, Costa Rica y Panamá ya han reconocido a
Edmundo González como el nuevo presidente electo de Venezuela. Sin embargo,
Maduro se niega a reconocer su derrota y, por el contrario, se declara vencedor
de la contienda, generando una nueva ola de violencia estatal para desmoralizar
a los ciudadanos que se manifiestan en defensa de su voto y del cambio de
régimen.
En
síntesis, Venezuela ha sido secuestrada por una tiranía que ha destruido su
economía y sometido a su pueblo a través de la represión y el fraude. La
comunidad internacional tiene la responsabilidad de apoyar a los venezolanos en
su lucha por recuperar la democracia y poner fin a este régimen autoritario. La
historia juzgará severamente a aquellos que, por afinidades políticas,
decidieron mirar hacia otro lado mientras un pueblo entero sufría. La lucha de
líderes como María Corina Machado y la valentía del pueblo venezolano son una
luz de esperanza en medio de la oscuridad, y es deber de todos los defensores
de la democracia apoyar esta causa justa.
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