Por Wens Silvestre
Imaginemos por un momento que vivimos en un mundo donde la tecnología, más que una herramienta para mejorar nuestras vidas, se ha convertido en un medio para despojarnos de lo que nos hace humanos. Esto es precisamente lo que temía el filósofo alemán Günther Anders, cuya obra, aunque menos conocida que la de otros pensadores, ofrece una crítica profunda y vigente sobre cómo la tecnología y la política moderna deshumanizan y alienan a las personas.
Günther
Anders, en su obra “La obsolescencia del hombre” (1956), argumentaba que la
tecnología, lejos de ser neutral, moldea y transforma nuestras vidas de maneras
que muchas veces no comprendemos del todo. No solo cambia la forma en que
hacemos las cosas, sino que también altera quiénes somos. Según Anders, la tecnología
moderna tiene el poder de hacer obsoleta la esencia humana, convirtiéndonos en
engranajes de una maquinaria que controla todos los aspectos de nuestras vidas.
Este
control, que en el pasado podría haberse logrado mediante la fuerza bruta o la
manipulación abierta, ahora se ejerce de maneras mucho más sutiles. La
tecnología, junto con los medios de comunicación y el entretenimiento, nos
inunda con trivialidades, distracciones y una falsa sensación de libertad,
mientras en realidad nos aliena y nos convierte en sujetos fácilmente
manipulables.
Anders
también tenía una opinión muy crítica sobre los políticos, a quienes veía como
cómplices en este proceso de deshumanización. En lugar de proteger los derechos
y la dignidad de las personas, los políticos modernos, según él, se han
convertido en gestores de un sistema que prioriza el poder y el control por
encima de cualquier consideración moral o humana. Para Anders, la política en
la era tecnológica no se trata de mejorar la vida de las personas, sino de
mantener un orden que beneficia a unos pocos a costa de la mayoría.
Al
observar la realidad política peruana, no puedo evitar sentir que Anders tenía
razón en muchos aspectos. Sin embargo, hay una matización importante que
debemos hacer: mientras Anders hablaba de la eficiencia del sistema tecnológico
y político para controlar a las masas, en Perú nos enfrentamos a un panorama
donde la ineficiencia y la burocracia dominan la escena.
En Perú, parece que la lucha por el poder no se basa en quién puede construir más, sino en quién puede destruir más. Los políticos, en lugar de enfocarse en mejorar el país, parecen estar enfrascados en una competencia tanto destructiva y autodestructiva, donde el objetivo es deslegitimar al adversario a cualquier costo, aunque eso signifique sacrificar el bienestar del país y de su gente.
Este
constante conflicto no solo paraliza al Estado, sino que también destruye la
dignidad humana, la moralidad y convierte la libertad en un mero cliché, en un
discurso vacío que carece de sustancia real. La burocracia e ineficiencia del
Estado no solo impiden el progreso, sino que también perpetúan un ciclo de
desesperanza y desilusión entre los ciudadanos, quienes ven cómo las promesas
de desarrollo se disuelven en la realidad de un sistema que no funciona.
Al
reflexionar sobre las ideas de Anders y la realidad política peruana, vemos que
su crítica sigue siendo relevante, aunque con adaptaciones a nuestro contexto.
La tecnología y los medios, en manos de una esfera política enfocada más en el
poder que en el bienestar de las personas, se convierten en herramientas de
control y alienación. Pero, en el caso peruano, esta alienación es doblemente
dolorosa, porque no solo es controlada y manipulada, sino que, además, es
gestionada por un Estado que es incapaz de brindar los servicios básicos de
manera eficiente.
Este
escenario es particularmente preocupante porque la ineficiencia del Estado no
solo crea frustración y desesperanza, sino que también alimenta una cultura de
destrucción y conflicto. Los valores fundamentales, como la dignidad, la
moralidad y la libertad, son sacrificados en el altar de una política que
prioriza el poder y la rivalidad sobre el bienestar común.
En
este contexto, la obra de Günther Anders no solo nos ofrece una crítica
filosófica, sino también una advertencia: si permitimos que la tecnología y la
política sigan por este camino, corremos el riesgo de perder lo que nos hace
humanos. Es fundamental que empecemos a reflexionar sobre cómo queremos que se
desarrolle nuestra sociedad y qué tipo de liderazgo necesitamos para guiar ese
desarrollo.
La
política en Perú necesita un cambio radical, uno que coloque la dignidad humana
y el bienestar general en el centro de la agenda. De lo contrario,
continuaremos en un ciclo destructivo que no solo nos deshumaniza, sino que
también amenaza con hacer obsoleta nuestra capacidad de construir un futuro
mejor.
El
desafío está en nuestras manos: ¿seguiremos permitiendo que el poder y la
ineficiencia destruyan nuestro país, o nos erguiremos para exigir un cambio que
realmente valore y promueva la humanidad en todas sus formas?