Por Wens Silvestre
Nuestra
historia, tal como la han contado los libros oficiales, presenta el proceso de
independencia como una gesta patriótica protagonizada por criollos iluminados y
ejércitos libertadores extranjeros. Sin embargo, esa narrativa, construida
sobre los cimientos de la emancipación republicana, ha invisibilizado las
complejidades de un proceso en el que diversos actores sociales participaron
con motivaciones profundamente heterogéneas. Entre ellos, destaca el pueblo de
Huanta y los iquichanos, cuyas acciones durante y después de la Batalla de
Ayacucho de 1824 constituyen un capítulo fascinante, aunque a menudo ignorado,
de nuestra historia.
En las alturas de Huanta, donde las montañas son testigos de nuestra historia, las comunidades iquichanas enfrentaron los profundos cambios que trajo la independencia con una postura singular: una resistencia activa en favor del sistema monárquico. Este hecho no debe interpretarse como simple adhesión al pasado, sino como una expresión de su agenda política y social en un momento de transformaciones vertiginosas.
Para
los iquichanos, el orden virreinal representaba una estructura conocida que, si
bien era imperfecta, ofrecía cierta estabilidad y protección frente a las
élites criollas republicanas. La monarquía había permitido la supervivencia de
sus formas de organización comunal y la protección de sus tierras frente a los
intereses explotadores de los nuevos actores republicanos. En este contexto,
figuras como Antonio Huachaca surgieron como líderes capaces de articular las
demandas de estas comunidades y organizar una resistencia que, lejos de ser
pasiva, se materializó en acciones militares y manifestaciones políticas.
Antonio
Huachaca, en una carta dirigida al prefecto de Ayacucho, expresó con claridad
su descontento frente a los abusos republicanos: "Salgan los señores
militares que se hallan en ese depósito robando, forzando a mujeres casadas,
doncellas, violando hasta templos, a más los mandones, como son el señor
intendente, nos quiere acabar con contribuciones y tributos..." Esta
declaración resume el profundo rechazo de Huachaca hacia las injusticias
cometidas en nombre de la República.
El
9 de diciembre de 1824 marcó el fin formal del dominio español en Sudamérica
con la capitulación de los ejércitos realistas en Ayacucho. No obstante, para
los iquichanos, esta derrota no significó el fin de su lucha. Conscientes de
que la república naciente no garantizaba necesariamente sus derechos y
autonomías, continuaron resistiendo bajo el estandarte de la monarquía
española.
Entre
1825 y 1839, los iquichanos protagonizaron una serie de levantamientos que
desafiaron la autoridad republicana. Su resistencia, guiada por Huachaca, no
solo fue militar, sino también ideológica: defendían un orden que percibían
como menos disruptivo para sus formas de vida. Estos levantamientos, aunque
finalmente sofocados, dejaron una huella indeleble en la historia local y
cuestionan las narrativas simplistas sobre la independencia como un proceso de
liberación homogéneo y universalmente deseado.
Nuestra
historia no es sencilla. La resistencia de Huanta e Iquicha también invita a
reflexionar sobre el mestizaje profundo que caracteriza a la sociedad peruana. No
somos solo descendientes de los pueblos andinos; somos el resultado de siglos
de interacción con la cultura española, con su religión, sus leyes, sus costumbres
y las nuevas ideas republicanas que se entrelazaban en el siglo XIX.
La
historia oficial ha tendido a polarizar el relato de la independencia:
patriotas versus realistas, libertad versus opresión. Pero, los iquichanos nos refrescan
que la realidad fue mucho más matizada. Su lucha no era contra la libertad,
sino contra un cambio que percibían como amenaza a su estabilidad y autonomía.
Eran mestizos, no solo en el sentido biológico, sino también cultural y
político: sus identidades eran el producto de siglos de interacciones y
adaptaciones bajo el sistema hispánico.
La
"Fiel e Invicta Villa de Huanta"
El
reconocimiento otorgado por la Corona española a Huanta como la "Fiel e Invicta Villa de Huanta" (1821) es un testimonio del rol que desempeñó esta región
en la defensa del orden monárquico. Este honor, único en el contexto peruano,
también resalta cómo las comunidades andinas tenían un papel activo en la
política imperial, lejos de ser simples objetos pasivos de dominación.
Hoy,
rescatar esta memoria es fundamental no solo para reivindicar la diversidad de
experiencias en la independencia, sino también para reflexionar sobre las
desigualdades y exclusiones que persistieron tras el cambio republicano y que,
en muchos sentidos, todavía continúan vigentes. Reconocer la complejidad del
mestizaje no solo implica aceptar nuestras raíces indígenas y europeas, sino
también entender las luchas y aspiraciones de quienes vivieron en ese espacio
intermedio.
El
rol de Huanta e Iquicha en el proceso de independencia del Perú nos reta a
revisar y enriquecer nuestra comprensión del pasado. Estas comunidades no
fueron meros espectadores ni actores secundarios, sino protagonistas con sus
propias agendas y visiones del futuro. En lugar de encasillarlos en dicotomías
estériles, debemos reconocer su papel como parte integral del tejido histórico
que nos define como peruanos.
El
mestizaje profundo que caracteriza a nuestra sociedad es también un mestizaje
de historias y memorias. Solo al integrar estas perspectivas podemos construir
una narrativa más justa, que celebre nuestra diversidad y nos inspire a
enfrentar las desigualdades que aún persisten. En el caso de los iquichanos, su
resistencia no solo pertenece al pasado: es un apunte vivo de la complejidad de
nuestra identidad nacional y de la necesidad de abrazar todas sus facetas, sin
prejuicios ni simplificaciones.
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