sábado, 21 de diciembre de 2024

Bakú: ¿El inicio del cambio real o más promesas vacías?

 Por Wens Silvestre

Mientras el planeta enfrenta temperaturas récord y fenómenos climáticos extremos, la COP29 en Bakú culminó con aplausos y titulares esperanzadores. Sin embargo, la historia nos enseña que las promesas climáticas no siempre se traducen en acciones tangibles. ¿Serán estos compromisos la base de un cambio real o se quedarán en otro ejercicio de diplomacia estéril? Ante una crisis climática que no da tregua, no hay espacio para demoras. Es hora de convertir palabras en hechos.

COP29
Entre los anuncios destacados de Bakú, los países desarrollados prometieron aumentar la financiación climática a 300.000 millones de dólares anuales para 2035. Aunque a primera vista la cifra resulta alentadora, no debemos pasar por alto que las estimaciones del Climate Policy Initiative (2024) sitúan las necesidades reales en 4.3 billones de dólares anuales. Esta brecha abismal deja en evidencia que seguimos respondiendo con soluciones parciales mientras el calentamiento global avanza implacable. Si bien estos recursos son un paso adelante, la clave será su movilización efectiva y equitativa, evitando que la burocracia y la ineficiencia diluyan su impacto. 

El Fondo de Pérdidas y Daños, una de las victorias más celebradas de la COP29, tiene el potencial de marcar un antes y un después para los países más vulnerables. Pero el éxito dependerá de su implementación. El caso del Fondo Verde para el Clima nos recuerda que los recursos prometidos pueden quedarse en el limbo si no hay gobernanza clara ni mecanismos transparentes. Más que movilizar fondos, el verdadero reto es asegurarse de que lleguen a quienes más los necesitan, como las comunidades insulares y las regiones del Amazonas, donde los efectos del cambio climático ya son devastadores.

En el ámbito de los mercados de carbono, Bakú avanzó con la regulación del comercio global de créditos, bajo el Artículo 6 del Acuerdo de París. Si bien un mercado bien estructurado podría movilizar inversiones significativas hacia proyectos sostenibles, hay un riesgo latente: el “lavado verde” o greenwashing, donde las empresas maquillan sus emisiones reales con créditos de dudosa calidad. Países como Suiza y Ghana ya han implementado acuerdos bilaterales que priorizan la integridad ambiental; este enfoque debería servir como modelo para evitar que los mercados de carbono pierdan credibilidad.

No basta con identificar las carencias de los acuerdos climáticos. Debemos reflexionar sobre cómo convertir estas promesas en acciones reales. Tres pilares resultan esenciales: transparencia, para garantizar que los recursos lleguen a su destino; rendición de cuentas, para evaluar los avances con métricas claras; y voluntad política, sin la cual cualquier compromiso será inútil. Un ejemplo claro es el caso de Dinamarca, que ha integrado los acuerdos climáticos internacionales en su legislación nacional, asegurando metas vinculantes y resultados concretos.

Estamos ante una oportunidad única. Bakú podría ser recordado como el punto de inflexión en la lucha climática, pero solo si asumimos la responsabilidad de implementar sus acuerdos con urgencia y eficacia. Esto requiere un esfuerzo colectivo que involucre a gobiernos, empresas y ciudadanos.

¿Será Bakú el inicio del cambio real o solo otro hito de buenas intenciones? Dependerá de nuestra capacidad para exigir más, actuar con rapidez y pensar a largo plazo. La crisis climática no nos permitirá fallar, y la historia no perdonará la inacción.

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