Por Wens Silvestre
Mientras
el planeta enfrenta temperaturas récord y fenómenos climáticos extremos, la
COP29 en Bakú culminó con aplausos y titulares esperanzadores. Sin embargo, la
historia nos enseña que las promesas climáticas no siempre se traducen en
acciones tangibles. ¿Serán estos compromisos la base de un cambio real o se
quedarán en otro ejercicio de diplomacia estéril? Ante una crisis climática que
no da tregua, no hay espacio para demoras. Es hora de convertir palabras en
hechos.
El
Fondo de Pérdidas y Daños, una de las victorias más celebradas de la COP29,
tiene el potencial de marcar un antes y un después para los países más
vulnerables. Pero el éxito dependerá de su implementación. El caso del Fondo
Verde para el Clima nos recuerda que los recursos prometidos pueden quedarse en
el limbo si no hay gobernanza clara ni mecanismos transparentes. Más que
movilizar fondos, el verdadero reto es asegurarse de que lleguen a quienes más
los necesitan, como las comunidades insulares y las regiones del Amazonas,
donde los efectos del cambio climático ya son devastadores.
En el ámbito de los mercados de carbono,
Bakú avanzó con la regulación del comercio global de créditos, bajo el Artículo
6 del Acuerdo de París. Si bien un mercado bien estructurado podría
movilizar inversiones significativas hacia proyectos sostenibles, hay un riesgo
latente: el “lavado verde” o greenwashing, donde las empresas maquillan
sus emisiones reales con créditos de dudosa calidad. Países como Suiza y Ghana
ya han implementado acuerdos bilaterales que priorizan la integridad ambiental;
este enfoque debería servir como modelo para evitar que los mercados de carbono
pierdan credibilidad.
No
basta con identificar las carencias de los acuerdos climáticos. Debemos
reflexionar sobre cómo convertir estas promesas en acciones reales. Tres
pilares resultan esenciales: transparencia, para garantizar que los
recursos lleguen a su destino; rendición de cuentas, para evaluar los
avances con métricas claras; y voluntad política, sin la cual cualquier
compromiso será inútil. Un ejemplo claro es el caso de Dinamarca, que ha
integrado los acuerdos climáticos internacionales en su legislación nacional,
asegurando metas vinculantes y resultados concretos.
Estamos
ante una oportunidad única. Bakú podría ser recordado como el punto de
inflexión en la lucha climática, pero solo si asumimos la responsabilidad de
implementar sus acuerdos con urgencia y eficacia. Esto requiere un esfuerzo
colectivo que involucre a gobiernos, empresas y ciudadanos.
¿Será
Bakú el inicio del cambio real o solo otro hito de buenas intenciones?
Dependerá de nuestra capacidad para exigir más, actuar con rapidez y pensar a
largo plazo. La crisis climática no nos permitirá fallar, y la historia no
perdonará la inacción.
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