domingo, 29 de diciembre de 2024

Demagogia y populismo: el balance crítico de una gestión de gubernamental

Por: Wens Silvestre 

La gestión de Dina Boluarte, estrechamente ligada al Congreso —representado por bancadas como Fuerza Popular, APP, Perú Libre, Acción Popular y otras—ha sido un terreno fértil para desaciertos que han impactado no solo en la estabilidad política del país, sino también en la confianza de la ciudadanía hacia las instituciones democráticas. Este artículo busca ofrecer un balance crítico de su administración, destacando los efectos nocivos de la demagogia y el populismo que predominan en el Ejecutivo y el Legislativo, y que ponen en peligro el futuro del país. 

Desde su llegada al poder en diciembre de 2022, Dina Boluarte ha acumulado un largo historial de cuestionamientos. Las investigaciones judiciales relacionadas con su presunta responsabilidad en las muertes durante las protestas de 2022 y 2023 y casos emblemáticos como el “Rolexgate” han debilitado su ya frágil credibilidad. A esto se suma una preocupante inacción en 2024: Boluarte no registró actividades oficiales en 106 días, casi un tercio del año, lo que evidencia una desconexión preocupante con las necesidades urgentes del país. 

El Congreso, por su parte, ha demostrado ser un aliado estratégico en esta dinámica. Con su respaldo, Boluarte ha sobrevivido a múltiples intentos de vacancia. Sin embargo, este blindaje político no está exento de costos: perpetúa un Ejecutivo carente de visión y refuerza la percepción de un Parlamento más preocupado por intereses partidarios que por el bienestar colectivo. Los efectos de estas decisiones populistas—como leyes que aumentan el gasto sin sustento técnico—se sienten en la economía y en la confianza ciudadana. 

La crisis fiscal del Perú es uno de los puntos más preocupantes de la actual gestión. El déficit fiscal superó el 3% del PBI en 2024, encendiendo alarmas sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas. Este desequilibrio no es casualidad: la administración ha priorizado medidas populistas, como bonos masivos y subsidios, en lugar de focalizar el gasto en inversiones estratégicas en infraestructura, salud o educación. 

Populismo y demagogiaEn este contexto, resuena la advertencia de Milton Friedman: "Concéntrese en una sola cosa: ¿Cuánto gasta el gobierno? Porque ese es el verdadero impuesto... El problema central no es la deuda en sí misma, sino mantener el gasto público bajo control como proporción de nuestros ingresos."

Cuando el gobierno gasta más de lo que recauda, los ciudadanos terminan pagando el precio, ya sea mediante inflación, deuda o recortes en servicios esenciales. Perú está hipotecando su futuro con decisiones que no solo desestabilizan la economía, sino que también siembran incertidumbre entre inversionistas y actores internacionales.

El Congreso no ha sido un contrapeso adecuado frente a los errores del Ejecutivo; por el contrario, ha fomentado la crisis. Desde la aprobación de leyes que limitan el rol de los organismos fiscalizadores hasta propuestas que desincentivan la inversión privada, el Parlamento parece haber abandonado su rol fiscalizador para convertirse en un bastión de medidas populistas que erosionan la democracia.

La falta de un liderazgo responsable en el Legislativo agrava la percepción de un sistema político fallido. Esta complicidad entre Ejecutivo y Congreso no solo daña la imagen institucional, sino que alimenta un círculo vicioso de desconfianza ciudadana y apatía hacia la política. 

Nuestro país necesita abandonar el ciclo de demagogia y populismo que domina tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo. La crisis actual no se resolverá con parches ni discursos grandilocuentes, sino con reformas profundas que prioricen la transparencia, la eficiencia y el interés público. 

El control del gasto público debe ser una prioridad. Sin una gestión responsable, cualquier medida será insuficiente para garantizar el crecimiento económico sostenible que el país necesita. Además, es imperativo reconstruir la institucionalidad para que las decisiones políticas reflejen los intereses de los ciudadanos y no de grupos de poder. 

Milton Friedman tenía razón: lo que importa no es la deuda per se, sino cómo y en qué se gasta el dinero público. El Perú está en un punto de inflexión, y sus líderes tienen la oportunidad de corregir el rumbo o condenar al país a un estancamiento perpetuo. 

El balance de la gestión de Dina Boluarte y sus aliados en el Congreso no deja lugar a dudas: el populismo y la demagogia han debilitado las bases de nuestra democracia. Sin embargo, también es un llamado a la reflexión y a la acción. El Perú no puede permitirse más demoras ni excusas. 

Es hora de que los líderes políticos miren más allá de sus intereses particulares y trabajen en reformas estructurales que fortalezcan la democracia, recuperen la confianza ciudadana y garanticen un futuro más justo y próspero para todos. 

Porque al final del día, la política no debería ser un juego de poder, sino un instrumento para construir un país mejor.

sábado, 21 de diciembre de 2024

Bakú: ¿El inicio del cambio real o más promesas vacías?

 Por Wens Silvestre

Mientras el planeta enfrenta temperaturas récord y fenómenos climáticos extremos, la COP29 en Bakú culminó con aplausos y titulares esperanzadores. Sin embargo, la historia nos enseña que las promesas climáticas no siempre se traducen en acciones tangibles. ¿Serán estos compromisos la base de un cambio real o se quedarán en otro ejercicio de diplomacia estéril? Ante una crisis climática que no da tregua, no hay espacio para demoras. Es hora de convertir palabras en hechos.

COP29
Entre los anuncios destacados de Bakú, los países desarrollados prometieron aumentar la financiación climática a 300.000 millones de dólares anuales para 2035. Aunque a primera vista la cifra resulta alentadora, no debemos pasar por alto que las estimaciones del Climate Policy Initiative (2024) sitúan las necesidades reales en 4.3 billones de dólares anuales. Esta brecha abismal deja en evidencia que seguimos respondiendo con soluciones parciales mientras el calentamiento global avanza implacable. Si bien estos recursos son un paso adelante, la clave será su movilización efectiva y equitativa, evitando que la burocracia y la ineficiencia diluyan su impacto. 

El Fondo de Pérdidas y Daños, una de las victorias más celebradas de la COP29, tiene el potencial de marcar un antes y un después para los países más vulnerables. Pero el éxito dependerá de su implementación. El caso del Fondo Verde para el Clima nos recuerda que los recursos prometidos pueden quedarse en el limbo si no hay gobernanza clara ni mecanismos transparentes. Más que movilizar fondos, el verdadero reto es asegurarse de que lleguen a quienes más los necesitan, como las comunidades insulares y las regiones del Amazonas, donde los efectos del cambio climático ya son devastadores.

En el ámbito de los mercados de carbono, Bakú avanzó con la regulación del comercio global de créditos, bajo el Artículo 6 del Acuerdo de París. Si bien un mercado bien estructurado podría movilizar inversiones significativas hacia proyectos sostenibles, hay un riesgo latente: el “lavado verde” o greenwashing, donde las empresas maquillan sus emisiones reales con créditos de dudosa calidad. Países como Suiza y Ghana ya han implementado acuerdos bilaterales que priorizan la integridad ambiental; este enfoque debería servir como modelo para evitar que los mercados de carbono pierdan credibilidad.

No basta con identificar las carencias de los acuerdos climáticos. Debemos reflexionar sobre cómo convertir estas promesas en acciones reales. Tres pilares resultan esenciales: transparencia, para garantizar que los recursos lleguen a su destino; rendición de cuentas, para evaluar los avances con métricas claras; y voluntad política, sin la cual cualquier compromiso será inútil. Un ejemplo claro es el caso de Dinamarca, que ha integrado los acuerdos climáticos internacionales en su legislación nacional, asegurando metas vinculantes y resultados concretos.

Estamos ante una oportunidad única. Bakú podría ser recordado como el punto de inflexión en la lucha climática, pero solo si asumimos la responsabilidad de implementar sus acuerdos con urgencia y eficacia. Esto requiere un esfuerzo colectivo que involucre a gobiernos, empresas y ciudadanos.

¿Será Bakú el inicio del cambio real o solo otro hito de buenas intenciones? Dependerá de nuestra capacidad para exigir más, actuar con rapidez y pensar a largo plazo. La crisis climática no nos permitirá fallar, y la historia no perdonará la inacción.

domingo, 8 de diciembre de 2024

La resistencia de Huanta e Iquicha en tiempos de independencia del Perú

Por Wens Silvestre

Nuestra historia, tal como la han contado los libros oficiales, presenta el proceso de independencia como una gesta patriótica protagonizada por criollos iluminados y ejércitos libertadores extranjeros. Sin embargo, esa narrativa, construida sobre los cimientos de la emancipación republicana, ha invisibilizado las complejidades de un proceso en el que diversos actores sociales participaron con motivaciones profundamente heterogéneas. Entre ellos, destaca el pueblo de Huanta y los iquichanos, cuyas acciones durante y después de la Batalla de Ayacucho de 1824 constituyen un capítulo fascinante, aunque a menudo ignorado, de nuestra historia.

En las alturas de Huanta, donde las montañas son testigos de nuestra historia, las comunidades iquichanas enfrentaron los profundos cambios que trajo la independencia con una postura singular: una resistencia activa en favor del sistema monárquico. Este hecho no debe interpretarse como simple adhesión al pasado, sino como una expresión de su agenda política y social en un momento de transformaciones vertiginosas.

Antonio Huachaca

Para los iquichanos, el orden virreinal representaba una estructura conocida que, si bien era imperfecta, ofrecía cierta estabilidad y protección frente a las élites criollas republicanas. La monarquía había permitido la supervivencia de sus formas de organización comunal y la protección de sus tierras frente a los intereses explotadores de los nuevos actores republicanos. En este contexto, figuras como Antonio Huachaca surgieron como líderes capaces de articular las demandas de estas comunidades y organizar una resistencia que, lejos de ser pasiva, se materializó en acciones militares y manifestaciones políticas.

Antonio Huachaca, en una carta dirigida al prefecto de Ayacucho, expresó con claridad su descontento frente a los abusos republicanos: "Salgan los señores militares que se hallan en ese depósito robando, forzando a mujeres casadas, doncellas, violando hasta templos, a más los mandones, como son el señor intendente, nos quiere acabar con contribuciones y tributos..." Esta declaración resume el profundo rechazo de Huachaca hacia las injusticias cometidas en nombre de la República.

El 9 de diciembre de 1824 marcó el fin formal del dominio español en Sudamérica con la capitulación de los ejércitos realistas en Ayacucho. No obstante, para los iquichanos, esta derrota no significó el fin de su lucha. Conscientes de que la república naciente no garantizaba necesariamente sus derechos y autonomías, continuaron resistiendo bajo el estandarte de la monarquía española.

Entre 1825 y 1839, los iquichanos protagonizaron una serie de levantamientos que desafiaron la autoridad republicana. Su resistencia, guiada por Huachaca, no solo fue militar, sino también ideológica: defendían un orden que percibían como menos disruptivo para sus formas de vida. Estos levantamientos, aunque finalmente sofocados, dejaron una huella indeleble en la historia local y cuestionan las narrativas simplistas sobre la independencia como un proceso de liberación homogéneo y universalmente deseado.

Nuestra historia no es sencilla. La resistencia de Huanta e Iquicha también invita a reflexionar sobre el mestizaje profundo que caracteriza a la sociedad peruana. No somos solo descendientes de los pueblos andinos; somos el resultado de siglos de interacción con la cultura española, con su religión, sus leyes, sus costumbres y las nuevas ideas republicanas que se entrelazaban en el siglo XIX.

La historia oficial ha tendido a polarizar el relato de la independencia: patriotas versus realistas, libertad versus opresión. Pero, los iquichanos nos refrescan que la realidad fue mucho más matizada. Su lucha no era contra la libertad, sino contra un cambio que percibían como amenaza a su estabilidad y autonomía. Eran mestizos, no solo en el sentido biológico, sino también cultural y político: sus identidades eran el producto de siglos de interacciones y adaptaciones bajo el sistema hispánico.

La "Fiel e Invicta Villa de Huanta"

El reconocimiento otorgado por la Corona española a Huanta como la "Fiel e Invicta Villa de Huanta" (1821) es un testimonio del rol que desempeñó esta región en la defensa del orden monárquico. Este honor, único en el contexto peruano, también resalta cómo las comunidades andinas tenían un papel activo en la política imperial, lejos de ser simples objetos pasivos de dominación.

Hoy, rescatar esta memoria es fundamental no solo para reivindicar la diversidad de experiencias en la independencia, sino también para reflexionar sobre las desigualdades y exclusiones que persistieron tras el cambio republicano y que, en muchos sentidos, todavía continúan vigentes. Reconocer la complejidad del mestizaje no solo implica aceptar nuestras raíces indígenas y europeas, sino también entender las luchas y aspiraciones de quienes vivieron en ese espacio intermedio.

El rol de Huanta e Iquicha en el proceso de independencia del Perú nos reta a revisar y enriquecer nuestra comprensión del pasado. Estas comunidades no fueron meros espectadores ni actores secundarios, sino protagonistas con sus propias agendas y visiones del futuro. En lugar de encasillarlos en dicotomías estériles, debemos reconocer su papel como parte integral del tejido histórico que nos define como peruanos.

El mestizaje profundo que caracteriza a nuestra sociedad es también un mestizaje de historias y memorias. Solo al integrar estas perspectivas podemos construir una narrativa más justa, que celebre nuestra diversidad y nos inspire a enfrentar las desigualdades que aún persisten. En el caso de los iquichanos, su resistencia no solo pertenece al pasado: es un apunte vivo de la complejidad de nuestra identidad nacional y de la necesidad de abrazar todas sus facetas, sin prejuicios ni simplificaciones.

domingo, 1 de diciembre de 2024

La informalidad minera y un Estado bajo presión

La reciente decisión del Congreso de la República de aprobar el texto sustitutorio del Proyecto de Ley sobre la  pequeña minería y minería artesanal, ampliando nuevamente el plazo del Registro Integral de Formalización  Minera (REINFO), representa un claro retroceso en la lucha contra la informalidad y la ilegalidad en el sector minero. En un país donde la informalidad laboral alcanza el 70% de la población económicamente activa (INEI, 2023) y el sector minero informal genera ingresos estimados en más de 10,400 millones de dólares en los últimos 12 años  (Unidad de Inteligencia Financiera, 2024), esta decisión no solo perpetúa la informalidad y un sistema ineficaz, sino que también socava los principios del Estado de derecho y el desarrollo sostenible. 

El REINFO, creado en 2016 como una herramienta para formalizar la minería artesanal e informal, ha sido un fracaso rotundo. Al 1 de diciembre de 2024, según el portal oficial del REINFO, se registran 84,423 inscritos, de los cuales 66,642 (79%) están suspendidos debido al incumplimiento de los requisitos establecidos para la formalización. En contraste, solo 17,781 inscritos mantienen su registro vigente. Cabe destacar que, según fuentes oficiales, únicamente el 2.4% del total de inscritos ha logrado completar el proceso de formalización. Estos números no solo evidencian la ineficacia del programa, sino que también reflejan una cultura de informalidad profundamente arraigada, donde las prórrogas constantes alimentan la expectativa de que la formalización no es un compromiso real, sino una meta que puede posponerse indefinidamente.

En lugar de cerrar un capítulo fallido, el Congreso decidió extender el plazo del REINFO hasta junio de 2025, con posibilidad de seis meses adicionales. Esta decisión es sintomática de un sistema político que prioriza intereses inmediatos y particulares sobre soluciones estructurales y sostenibles.

La aprobación de este texto sustitutorio se dio en un clima de intensa presión social, marcado por dos semanas de protestas de mineros informales y, posiblemente, ilegales que se manifestaron frente al Parlamento. En un contexto donde el Congreso tiene una aprobación inferior al 6% y el Poder Ejecutivo no supera ese umbral, las decisiones políticas se ven constantemente influenciadas por grupos de presión. Estas concesiones no solo deterioran aún más la legitimidad institucional, sino que también envían un mensaje peligroso: que los intereses particulares pueden prevalecer sobre el bienestar general.

La minería informal e ilegal en el Perú no es solo un problema de evasión fiscal o desorden administrativo. Este sector está profundamente vinculado a actividades ilícitas como el narcotráfico, la trata de personas y el trabajo infantil. Además, genera impactos ambientales devastadores, como la deforestación y la contaminación por mercurio y cianuro, afectando tanto los ecosistemas como la salud de las comunidades locales.

El costo social de perpetuar la informalidad minera es altísimo. Por cada prórroga que otorga el Estado, se amplía el margen para la extracción irresponsable de recursos y el debilitamiento de las comunidades afectadas. Los incentivos para formalizarse desaparecen y los beneficios de la minería sostenible se ven cada vez más lejanos, perpetuando un sistema de impunidad.

El fracaso del REINFO y la cultura de prórrogas indefinidas son síntomas de problemas estructurales más profundos. Resolverlos requiere un enfoque integral que combine incentivos claros, sanciones severas y un marco normativo definitivo que elimine la incertidumbre. Las siguientes acciones son fundamentales:

1. Cierre definitivo del REINFO. El Estado debe establecer un plazo improrrogable para la formalización, eliminando cualquier expectativa de nuevas extensiones.

2. Fortalecimiento institucional. El Ministerio de Energía y Minas y las Direcciones Regionales de Energía y Minas, deben recibir recursos suficientes para supervisar, fiscalizar y coordinar el proceso de formalización.

3. Educación y sensibilización. Cambiar la percepción de que la informalidad es aceptable requiere un esfuerzo sostenido en educación y sensibilización.

4. Participación ciudadana. Incorporar a las comunidades locales en el monitoreo de las actividades mineras puede garantizar mayor transparencia y legitimidad.

5. Incentivos para la formalización. Los mineros que cumplan con estándares legales y ambientales deben recibir beneficios concretos, como acceso preferencial a mercados formales y financiamiento para mejoras tecnológicas.

Reflexión final

El filósofo alemán Immanuel Kant afirmó que “la libertad de uno termina donde comienza la del otro”. En el Perú, la minería informal e ilegal ha traspasado todos los límites, dañando no solo el medio ambiente, sino afectando los derechos de las comunidades locales y los principios básicos de justicia, equidad y sostenibilidad.

La decisión de una mayoría del Congreso de perpetuar un sistema ineficaz como el REINFO no solo pone en riesgo los recursos naturales y la estabilidad social del país, sino que también compromete su desarrollo como una nación moderna y sostenible.

Es urgente que las decisiones políticas reflejen un compromiso con el bien común, priorizando soluciones integrales y sostenibles sobre los intereses particulares. Solo así será posible construir un futuro donde la minería sea un motor de progreso y no de destrucción.