Por Wens Silvestre
En
los últimos años, el comercio global ha entrado en una nueva fase que, a falta
de un mejor término, podemos llamar "re-globalización". Esta etapa no
es simplemente un retorno a la expansión comercial de décadas pasadas, sino una
evolución del comercio internacional en respuesta a un contexto geopolítico
mucho más complejo y volátil. Las tensiones entre grandes potencias, los
avances tecnológicos y la necesidad de asegurar la resiliencia de las cadenas
de suministro han forjado un nuevo paradigma de comercio, uno que equilibra las
demandas de seguridad nacional con los beneficios económicos de la integración
global.
El
comercio internacional ha sido, históricamente, una fuente de prosperidad y
paz, conectando economías, aumentando la eficiencia y elevando los niveles de
vida en todo el mundo. Sin embargo, la narrativa reciente que vincula el
comercio con la seguridad nacional ha cobrado fuerza, especialmente en las
economías avanzadas. Países como Estados Unidos y miembros de la Unión Europea
han comenzado a reconsiderar sus relaciones comerciales, particularmente con
actores estratégicos como China y Rusia, en un esfuerzo por proteger industrias
clave y evitar dependencias económicas que podrían convertirse en riesgos
geopolíticos.
El
argumento es simple: las naciones no pueden permitirse depender de actores que,
en un momento dado, podrían utilizar su control sobre bienes esenciales o
tecnologías estratégicas como una herramienta de influencia política o militar.
Esto se ha visto, por ejemplo, en la carrera por el dominio de las tecnologías
de semiconductores o en la lucha por asegurar fuentes de energía en medio de la
guerra en Ucrania. Así, el comercio, que solía verse como una herramienta para
el crecimiento y la integración pacífica, se ha convertido en un campo de
batalla geopolítico.
En
este nuevo contexto, la re-globalización se caracteriza por un giro hacia el friendshoring
y el reshoring. Los países buscan acercar sus cadenas de
suministro a socios confiables o, directamente, relocalizarlas para evitar
depender de países avanzados potencialmente adversarias. El ejemplo más claro
de esta tendencia es la creciente inversión de Estados Unidos en la producción
local de semiconductores, así como su restricción de la exportación de
tecnología avanzada a China. A su vez, China ha redoblado sus esfuerzos para
volverse autosuficiente en sectores clave, con políticas agresivas de
innovación y expansión industrial.
Este
enfoque no implica una desglobalización total, sino una adaptación del comercio
global a las realidades geopolíticas contemporáneas. Se busca mitigar los
riesgos de interrupciones globales como las que vimos durante la pandemia de
COVID-19 o la guerra en Ucrania, y garantizar que las naciones puedan mantener
el acceso a bienes y servicios críticos, incluso en tiempos de crisis.
Sin
embargo, este enfoque también trae consigo riesgos. La diversificación de las
cadenas de suministro y la construcción de nuevas capacidades industriales a
nivel local pueden implicar costos más altos, lo que podría traducirse en una
disminución de la eficiencia económica global y en un aumento de los precios
para los consumidores. En un mundo donde la inflación ya es una preocupación
creciente, esto podría generar tensiones económicas internas.
El
otro gran componente de la re-globalización es la necesidad de hacer del
comercio una herramienta más inclusiva y sostenible. Para miles de millones de
personas en países en desarrollo, el comercio sigue siendo una fuente esencial
de oportunidades económicas, empleo y desarrollo pacífico. A pesar de los
debates sobre seguridad nacional en las economías avanzadas, el acceso a
mercados globales ha sido un motor clave para la reducción de la pobreza en los
últimos 40 años.
Los
datos muestran claramente que la apertura comercial ha contribuido a sacar a
millones de personas de la pobreza, particularmente en Asia. China es el
ejemplo más claro de cómo la integración en la economía global, a través de la
exportación de manufacturas y bienes de bajo valor agregado, permitió un
crecimiento económico sin precedentes, reduciendo la pobreza de manera masiva.
Sin embargo, este modelo también debe evolucionar. El cambio climático y la
creciente demanda de sostenibilidad exigen que el comercio global se
reconfigure para promover prácticas más responsables y resilientes.
La
re-globalización debe incorporar criterios de sostenibilidad ambiental. Esto
significa no solo reducir las emisiones de carbono en las cadenas de
suministro, sino también promover prácticas comerciales que no perpetúen la
degradación del medio ambiente o exacerben las desigualdades. Las economías
emergentes, muchas de las cuales dependen del comercio de materias primas,
deben estar equipadas para adaptarse a esta nueva realidad y diversificar sus
economías hacia sectores más sostenibles y resilientes.
La
re-globalización plantea un desafío existencial para el sistema multilateral de
comercio, especialmente para la Organización Mundial del Comercio (OMC). Si la
OMC quiere seguir siendo relevante en este nuevo entorno, necesitará
reformarse. Las reglas del comercio mundial deben adaptarse para lidiar con las
tensiones entre seguridad nacional y libre comercio, pero sin caer en el
proteccionismo descontrolado que podría deshacer décadas de progreso.
Esto
implica fortalecer los mecanismos de resolución de disputas y encontrar un
equilibrio entre la soberanía de los Estados para proteger sus intereses
estratégicos y la necesidad de mantener un sistema de comercio abierto. Además,
la OMC debe dar un papel más destacado a las economías en desarrollo,
asegurando que sus voces sean escuchadas y que se beneficien equitativamente
del comercio global.
La
re-globalización es inevitable, pero también presenta una oportunidad. En lugar
de revertir décadas de progreso en la integración económica, los países deben
adaptar sus políticas comerciales para enfrentar los desafíos geopolíticos, al
tiempo que garantizan que el comercio siga siendo una herramienta poderosa para
el crecimiento y la reducción de la pobreza. Los líderes deben ser conscientes
de los riesgos de un enfoque demasiado centrado en la seguridad nacional, ya
que podría aumentar los costos económicos y erosionar los beneficios del
comercio global. Sin embargo, si se maneja de manera inteligente, la
re-globalización podría crear un mundo más resiliente, inclusivo y sostenible,
donde el comercio continúe siendo un pilar del desarrollo global.
El
comercio no solo puede, sino que debe, ser una fuerza para el bien en este
nuevo mundo geopolitizado.
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