sábado, 10 de noviembre de 2007

Una sencilla sabiduría


Por: Wens Silvestre

Mi abuelo Andrés vivió hasta los 94 años. En 1985 inició su viaje al otro lado de la vida, una década después de que su fiel compañera se adelantara. Desde entonces, se cobijó en la soledad.

Cuando era niño, observaba al abuelo porque lo admiraba y le tenía mucho respeto; en cierta forma, le tenía miedo. A veces me parecía ver a una persona solitaria y dura. Lo veía en su huerto haciendo labores de cultivo, sobre todo quitando los hongos y hormigas corta hojas de algunas plantas, árboles frutales y, en algunos casos de los panales de abejas. En determinada época del año retiraba la mala hierba que normalmente invadía el huerto. A él no le agradaba ver brotar malas hierbas y malezas, especialmente en el jardín de la casa grande. Cada fin de semana, con regularidad, visitábamos al abuelo y lo primero que nos encargaba era limpiar y regar las plantas. Con frecuencia, nos supervisaba porque le encantaba el perfeccionismo. Si no estaba para su agrado, teníamos que volver a hacerlo hasta lograr su aprobación. Era muy exigente.

Cada vez que lo recuerdo, vienen a mi memoria sus enseñanzas y ese carácter fuerte y esa fortaleza a pesar de su edad. Semanas antes de que nos dejara, lo vi trabajando en la zona alta de su "Cofradía" (así se llama el predio). Dirigía la labor de algunos trabajadores sentado a la sombra de un molle. Observaba el trabajo que se ejecutaba y criticaba con regularidad. No recuerdo bien lo que decía, pero por momentos lo notaba algo triste y débil en su tono de voz. Me apenaba mucho verlo en esa situación, y le recordaba que tenía que descansar, que no era necesario que estuviera haciendo tanto esfuerzo, pero él me decía: “El trabajo es una parte fundamental de mi existencia, y no me detendré en mi empeño mientras tenga fuerzas para continuar. Siempre hay nuevos desafíos por enfrentar y nuevas metas por alcanzar, y mientras el destino me lo permita, seguiré entregando mi tiempo y esfuerzo a lo que amo hacer”. Ese mensaje siempre lo tengo presente porque con el tiempo lo entiendo mejor y sé que fue un hombre de extraordinaria capacidad creadora y dueño de una simple sabiduría. A veces incomprendido por su carácter fuerte, pero respetado por toda la gente pueblerina de su generación. Un hombre generoso con la gente más necesitada. No le agradaba participar en la política, pero expresaba su interés por la tolerancia y la libertad.

En una oportunidad, cuando la curiosidad por sus cosas me llevó a buscar documentos, encontré unos documentos que acreditaban sus propiedades. Me di con la sorpresa de que, durante el gobierno militar de Velasco, él tuvo la gran idea de fraccionar sus tierras y otorgárselas en instrumento público a sus hijos en forma mancomunada, de tal manera que fue inmune a la reforma agraria. Así era el abuelo, un hombre que creía en la propiedad privada y en la libertad de hacer y elegir tu propio destino.

Pero también era muy conservador en algunos aspectos, como su comportamiento hacia sus hijas. Su actitud era distinta y contraria hacia sus hijos; era respetuoso de sus individualidades e incluso de sus vanidades y extravagancias. Fueron seguidores de la fórmula de vida de los "hippies" durante un tiempo, y en otra ocasión, románticos socialistas, aunque no creo que mi abuelo se haya enterado de esta última fase.

Era un hombre que no mostraba debilidad; más bien, solía reflejar un carácter fuerte. Normalmente, le resultaba difícil mostrar cariño hacia los demás; probablemente consideraba que era una expresión de debilidad. Paradójicamente, era un hombre de gran sensibilidad y un corazón solidario.

Cuando uno observa el trabajo de arquitectura que realizó en vida, es destacable la armonía que muestran sus construcciones con la naturaleza. La acertada integración de elementos como la roca blanca y su huerto, los escalones tallados en roca viva y los espacios son dignos de un diseño arquitectónico. El ambiente del taller de carpintería que instaló para transformar la madera en muebles, y casi todas sus herramientas diseñadas y hechas con sus propias manos, las ventanas de la casa grande, todas con vistas hacia el este para que los primeros rayos de sol de la mañana bañen el corredor del segundo piso y llenen de calor y alegría la mañana, el diseño de su propio sistema de abastecimiento de agua mineral subterránea, su horno de piedra, su piscina tallada en la roca, entre otras obras de arquitectura, son muestra de un hombre que vivió para trabajar y crear.

Recuerdo sus noches solitarias. Concluía su jornada a medianoche, y luego retornaba a casa para descansar. Cuando no lograba conciliar el sueño, prefería estar despierto y escuchar sus pasos regresar, desde la segunda puerta del huerto hasta ingresar por la puerta principal. Esta última rechinaba por el peso de la madera y el óxido de los goznes que hacían de bisagra. A medianoche, retornaba de su fogata nocturna, la cual había acondicionado en la base de un molle longevo que había perecido por el tiempo. Había aprovechado ese espacio para adaptarlo como una covacha espaciosa y cálida, su lugar favorito durante las noches sin lugar a dudas. Desde allí observaba el horizonte, el brillo de las estrellas, las noches de luna llena o cuarto creciente. En otras noches, convivía con el trueno y los rayos de las noches lluviosas. Eran las noches más oscuras y a veces tenebrosas, porque las neblinas y las nubes no permitían ver ni una estrella que iluminara el camino. Creo que mi abuelo vivía feliz así. No sé en qué pensaría durante esas largas horas de soledad, pero sé que era su forma de vivir, y de ahí su sabiduría para vivir en armonía con la naturaleza y su amor por la vida y el trabajo.

Foto: Abuelo e hijo. Verano, 1984

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