domingo, 30 de marzo de 2025

La reforma pendiente del Estado y el desafío electoral del 2026: más presupuesto, menos resultados

Por Wens Silvestre

A un año de las elecciones generales del 2026, el Perú se enfrenta a una encrucijada política, económica e institucional que pondrá a prueba no solo la solidez de su democracia, sino también la madurez de su clase política y su ciudadanía. Según el Jurado Nacional de Elecciones, 41 partidos políticos están actualmente inscritos y habilitados para participar, mientras que otras 32 agrupaciones están en proceso de inscripción. Esta cifra refleja no una vitalidad democrática, sino más bien una preocupante fragmentación del sistema político.

El proceso será particularmente trascendental, ya que, además de elegir a un nuevo presidente y renovar el Congreso, se restablecerá el Senado después de 35 años, con la elección de 60 senadores y 130 diputados. No obstante, el contexto en el que se celebrarán estos comicios es profundamente adverso: crisis de seguridad, corrupción estructural, ineficiencia del Estado, pobreza estancada y desconfianza generalizada en las instituciones.

Una encuesta reciente del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) revela que el Congreso solo cuenta con 2% de aprobación ciudadana, mientras que la presidenta Dina Boluarte alcanza apenas un 4%. Esta desaprobación histórica se explica, en gran medida, por una gestión pública que no responde a las expectativas ciudadanas, a pesar del notable crecimiento del presupuesto público en las últimas dos décadas.

En efecto, el presupuesto del sector público aprobado para 2025 (PIA) asciende a S/ 251.8 mil millones, y el modificado ya bordea los S/ 260.6 mil millones. Comparado con el año 2006, cuando el PIA era de S/ 50.9 mil millones, el crecimiento ha sido alrededor 500% en términos nominales. Sin embargo, este aumento no ha implicado mejoras proporcionales en la calidad de los servicios públicos.

Una revisión de la estructura del gasto revela un patrón preocupante: el crecimiento del presupuesto ha estado fuertemente concentrado en remuneraciones y pagos previsionales. En 2008, el gasto en personal, pensiones y servicios de terceros sumaba S/ 28.5 mil millones (40.2% del presupuesto). Para 2025, esta cifra asciende a S/ 114.1 mil millones (45.3% del PIA), y un crecimiento nominal de 400%. No obstante, la calidad de los servicios en salud, educación, justicia y seguridad sigue siendo deficiente. En otras palabras, el Estado se ha convertido en una maquinaria costosa que no entrega resultados tangibles.

La situación es especialmente crítica en sectores sensibles como educación. El Perú pasó del puesto 63 en matemáticas en la prueba PISA 2009 al puesto 59 en 2022. Esta mejora marginal no refleja el aumento presupuestal ni el esfuerzo esperado por parte del aparato estatal. En paralelo, la pobreza monetaria apenas se redujo de 36% en 2008 a 29% en 2024, una caída modesta frente al incremento de 400% en el gasto público en personal.

Estos indicadores son sintomáticos de un Estado capturado por intereses particulares, donde la meritocracia ha sido desplazada por el amiguismo, el clientelismo y el reparto de cuotas de poder. La proliferación de partidos sin democracia interna —estructurados alrededor de caudillos eternos— ha bloqueado la posibilidad de construir verdaderas coaliciones programáticas. El Congreso actual y buena parte del Ejecutivo han sido incapaces de responder a la crisis estructural que atraviesa el país.

Más allá de los números, lo que está en juego en el 2026 es el futuro de nuestra institucionalidad. Se requiere una reforma del Estado que priorice la eficiencia, la transparencia y la rendición de cuentas, con énfasis en la recuperación de la meritocracia como principio rector del servicio público. Sin este cambio estructural, el país seguirá atrapado en un ciclo de gasto improductivo, descontento social y parálisis institucional.

El reto es también ciudadano. Los electores deben informarse y elegir con criterio, superando la tentación de los discursos populistas y desconfiando de partidos que no practican lo que predican. Solo una ciudadanía activa, exigente y crítica podrá empujar los cambios que el país necesita.

El 2026 puede ser un punto de inflexión. Pero para que lo sea, debemos dejar de premiar la improvisación y el oportunismo. El Perú no necesita más gasto, necesita mejor gestión. Y eso solo será posible con una verdadera voluntad de reforma y una renovación ética de su clase dirigente. 

lunes, 17 de marzo de 2025

Inseguridad sin freno, un país sin liderazgo

Por Wens Silvestre

La inseguridad en el Perú ha alcanzado niveles intolerables. Hoy, vivimos bajo el asedio del crimen organizado, con un Estado paralizado que no solo ha fracasado en garantizar la seguridad de sus ciudadanos, sino que ha permitido el avance del sicariato, las extorsiones y el terrorismo urbano.

Las cifras lo confirman: según Sinadef, el 2024 cerró con 2,057 homicidios, un aumento del 36.6% respecto al 2023, mientras que en lo que va del 2025, hasta el 17 de marzo, ya se han registrado 459 asesinatos. La violencia se ha apoderado de las calles y la respuesta del gobierno de Dina Boluarte y su equipo ministerial ha sido tan deficiente como desesperante. 

El asesinato de Paul Flores, cantante de Armonía 10, en un violento ataque a su bus, así como la ola de extorsiones a colegios privados y públicos, donde las mafias imponen cuotas a los padres de familia bajo amenaza de explosivos, son apenas los últimos eslabones de un fenómeno que está devorando la tranquilidad de los peruanos. ¿Y qué hace el gobierno? Militarizar las calles y prolongar estados de emergencia ineficaces. 

La realidad es que la política de seguridad ha fracasado. La militarización sin estrategia no resuelve el problema, solo lo posterga. No hay inteligencia operativa, no hay acciones preventivas contundentes, no hay liderazgo. 

El premier Gustavo Adrianzén, en lugar de asumir su responsabilidad y tomar medidas drásticas, ha optado por ser un escudero de ministros inoperantes, como el ministro del Interior, Juan José Santiváñez, cuya ineficacia y falta de liderazgo han llevado a que la criminalidad aumente sin control. Mientras el Perú se desangra, Santiváñez viajó al extranjero, evita responder por su pésima gestión y sigue en el cargo con la venia del Ejecutivo. 

Su incapacidad queda en evidencia con la baja ejecución presupuestaria en seguridad del Ministerio del Interior: de los S/ 250.4 millones asignados a inversiones en el 2024, solo ejecutó el 74.5%, dejando S/ 63.8 millones sin gastar, cuando el país necesita patrulleros, tecnología e inteligencia policial para combatir el crimen.

Y no olvidemos el papel de una mayoría en el Congreso, aliada el Ejecutivo. Tardaron más de 1,800 muertos en reunir las firmas para la censura de Santiváñez. Su falta de acción convirtió la inseguridad en un problema de cálculo político, en lugar de un tema de supervivencia nacional. 

Cada vez que el Ejecutivo es confrontado con los fracasos de su gestión, responde con las mismas excusas gastadas: 

"Estamos evaluando medidas" 

"Hemos declarado estado de emergencia"

"La criminalidad es un problema estructural"

"La prensa no nos deja trabajar"

Lo que no dicen es que su falta de liderazgo ha paralizado la lucha contra el crimen. Que sus estados de emergencia no han reducido los homicidios ni las extorsiones. Que, no hay un plan integral de seguridad ciudadana. Y, que sus prioridades están en defender ministros inoperantes en vez de garantizar la vida y tranquilidad de los ciudadanos.

Nuestro país necesita acción inmediata. No basta con discursos y medidas populistas, se requiere una reforma integral en la seguridad del país. 

·         Cambio inmediato del ministro del Interior: Santiváñez ha demostrado ser un fracaso rotundo y su permanencia es una ofensa a los miles de víctimas del crimen organizado. 

·         Reestructuración de la Policía Nacional del Perú (PNP): Sin inteligencia operativa ni tecnología, la lucha contra la delincuencia está perdida. Urge dotar a la PNP de recursos, entrenamiento especializado y una reestructuración profunda. 

·         Coordinación real entre Poderes del Estado: El Ejecutivo, Legislativo y el sistema de justicia deben trabajar juntos en una política de seguridad nacional unificada. Hoy, cada uno actúa por su lado, con resultados casi nulos. 

·         Fin del uso político de la inseguridad: La crisis no puede ser una herramienta electoral ni una excusa para medidas improvisadas. Se requiere liderazgo técnico, no propaganda ni cálculos políticos. 

Nuestro país no puede permitirse más excusas, ni ministros inoperantes, ni gobiernos indolentes. Si este gobierno no actúa ahora, el crimen organizado terminará tomando el control del país, como ya ocurre en Ecuador y México. 

El pueblo peruano exige seguridad, justicia y cambios reales. Es hora de que el gobierno reaccione o se haga a un lado.

jueves, 6 de marzo de 2025

Corrupción y crisis climática: El caso peruano desde una perspectiva global

 Por Wens Silvestre

La crisis climática constituye uno de los retos más apremiantes de nuestro tiempo. Sin embargo, un obstáculo crítico, aunque a menudo ignorado, es la corrupción. Según el Índice de Percepción de la Corrupción 2024 de Transparency International (TI, 2025), la corrupción no solo socava el desarrollo sostenible, sino que también profundiza la crisis climática, desviando recursos y debilitando políticas fundamentales.

A nivel global, la corrupción afecta particularmente los fondos destinados a la adaptación y mitigación del cambio climático. Se estima que entre 82 y 238 mil millones de dólares anuales se pierden debido a prácticas corruptas en proyectos ambientales (TI, 2025). La falta de transparencia facilita la malversación y el cabildeo indebido, especialmente en países con instituciones débiles o capturadas por intereses privados. 

Índice de Percepción de Corrupción 2024

En este contexto global, Perú enfrenta desafíos aún más complejos. Según el CPI 2024, Perú obtuvo un puntaje de 31 sobre 100, situándose entre los países con una percepción elevada de corrupción. Esta situación tiene consecuencias directas y devastadoras en las políticas climáticas nacionales.

La corrupción en Perú se manifiesta de manera crítica en cuatro dimensiones:

1.    Influencia indebida en la toma de decisiones ambientales: Las industrias extractivas, especialmente mineras y petroleras, ejercen una fuerte presión política y económica que obstaculiza la implementación de regulaciones ambientales y climáticas efectivas. Este tipo de captura regulatoria ha llevado a la aprobación de proyectos con altos costos ambientales, como ha sucedido recurrentemente en la Amazonía peruana.

2.    Malversación de fondos climáticos: Perú muestra serios antecedentes de corrupción en la administración de fondos públicos. Esto representa un riesgo significativo en la gestión de los fondos internacionales destinados a proyectos de adaptación y mitigación del cambio climático. La falta de transparencia y rendición de cuentas ha facilitado la desviación de recursos críticos, afectando directamente a las comunidades más vulnerables.

3.    Débil protección ambiental: La corrupción también ha debilitado notablemente la capacidad de fiscalización ambiental. Casos recurrentes de sobornos y colusión entre empresas y autoridades locales han facilitado actividades ilegales como la minería informal y la tala ilegal, agravando los efectos del cambio climático y generando conflictos sociales que erosionan aún más la gobernabilidad.

4.    Amenazas contra activistas ambientales: En Perú, como en otros países con altos niveles de corrupción, los defensores ambientales enfrentan amenazas constantes y violencia física. Esta violencia se ve facilitada por la impunidad generada por un sistema judicial debilitado por la corrupción, que desprotege a los activistas ambientales e indígenas que defienden sus territorios.

Para enfrentar estos desafíos, nuestro país necesita urgentemente priorizar la lucha contra la corrupción como eje central de sus políticas climáticas. Se requieren medidas concretas que incluyan la creación de mecanismos transparentes para el manejo de fondos ambientales, la implementación efectiva de registros de cabildeo, fortalecimiento de sistemas anticorrupción independientes y mecanismos de rendición de cuentas claros que involucren activamente a las comunidades locales.

En síntesis, mientras el mundo lidia con la crisis climática, Perú debe entender que combatir la corrupción es esencial no solo para su desarrollo económico y social, sino también para su supervivencia ambiental. La lucha contra la corrupción debe ser integral y decidida si se busca proteger efectivamente a las generaciones futuras de los devastadores efectos del cambio climático.

Referencias:

Transparency International (2025). Índice de Percepción de la Corrupción 2024.

Disponible en:

https://images.transparencycdn.org/images/Report-CPI-2024-English.pdf