Por: Wens Silvestre
La actual situación se inserta en un contexto más amplio de transformaciones históricas y desafíos estructurales. La complejidad para entender y resolver la crisis política se ve exacerbada al considerar eventos importantes como el fallido golpe de Estado de Pedro Castillo, la renuncia de Manuel Merino, la vacancia de Martín Vizcarra y la forzada dimisión de Pedro Pablo Kuczynski. Estos eventos, que resultaron en la sucesión de presidentes en tan solo cuatro años (de julio de 2016 a septiembre de 2020), indican la profundidad de la crisis cuyas raíces pueden remontarse aún más atrás en el tiempo. La complejidad y la falta de un punto de inicio claro para la crisis reflejan las transformaciones sustanciales en el marco político peruano.
Uno de los aspectos críticos es la aparente falta de liderazgo directo por parte de Boluarte. La decisión de delegar la comunicación gubernamental a su primer ministro puede interpretarse como una estrategia eficiente para dividir responsabilidades, pero también como una percepción de falta de liderazgo directo que ha contribuido a la disminución de su nivel de aprobación.
La
baja legitimidad de Boluarte, surgida de su posición como vicepresidenta en la
lista electoral y posiblemente por su condición de mujer en un entorno social
marcado por complejidades, se destaca como un desafío adicional. Además, la
falta de reconocimiento de las inquietudes del público, especialmente en
relación a las trágicas muertes ocurridas en las movilizaciones posteriores a
la caída de Castillo, ha tenido un impacto negativo en el inicio de su mandato.
La
crisis política en Perú se remonta a cambios fundamentales en el país durante
la segunda mitad del siglo pasado. La desaparición de marcos ideológicos y
fuerzas políticas tradicionales ha dejado un vacío que aún no se ha llenado por
completo. Nuevos actores, representando a profesionales de origen popular,
empresarios exitosos surgidos desde abajo, provincianos en altos cargos
públicos y mujeres líderes, han surgido en un escenario político que carece de
la pureza ideológica de partidos pasados. En ese contexto, el populismo emerge
y se fortalece ofreciendo soluciones inmediatas a las demandas populares, cuyo
impacto económico generalmente es perjudicial.
La
dificultad para representar políticamente a la sociedad peruana es un tema
clave. La presión por definir ideológicamente y mantener la pureza en la
conducta ha debilitado a los nuevos partidos políticos, mientras que las
expectativas de diversos sectores plantean un dilema sobre cómo abordar estas
realidades heterogéneas de manera efectiva.
La
polaridad política mundial y su reflejo en Perú, manifestada en empates
electorales, plantea la necesidad de un debate profundo sobre el futuro del
país, con la elección presidencial del 2026 como una oportunidad para
reflexionar y discutir las demandas y aspiraciones de los diversos sectores
emergentes.
La
gestión de Boluarte se enfrenta no solo a problemas inmediatos, sino también a
raíces históricas y estructurales que requieren soluciones profundas y una
visión de largo plazo. El país se encuentra en una encrucijada donde la
capacidad de reconocer, entender y abordar estas complejidades determinará su
futuro político y social. La ciudadanía, ávida de respuestas y acciones
concretas, exige un liderazgo que comprenda la magnitud de la crisis y que
ofrezca soluciones innovadoras y efectivas. La creciente inestabilidad política
y la debilidad institucional reflejan tensiones que deben abordarse
cuidadosamente para garantizar la consolidación democrática y fomentar un
desarrollo económico sostenible a largo plazo. La necesidad de políticas
económicas basadas en fundamentos sólidos y una gestión institucional
fortalecida se vuelve imperativa para mitigar los riesgos económicos asociados
con el auge del populismo en el Perú.
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