Por: Wens Silvestre
La
corrupción es un mal social. En principio no es exclusivo de un determinado
país o régimen político, tampoco son propios de los tiempos contemporáneos,
algunos historiadores se remontan hasta el reinado de Ramsés IX (1 100 a.C.) en
Egipto. Un antiguo funcionario del faraón, denunció en un documento, los
negocios sucios de otro funcionario que se había asociado con una banda de
profanadores de tumbas. En Grecia, Demóstenes (324 a.C.), acusado de haberse apoderado
de las monedas depositadas en la Acrópolis por el tesorero de Alejandro, fue
condenado y obligado a huir.
Las
evidencias empíricas indican que ni
siquiera los países más avanzados en transparencia se libran de la corrupción
(Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia, Suiza, Singapur, etc.). Sin embargo,
podemos afirmar que los Estados más corruptos,
son también los más autoritarios y socialistas. La corrupción está presente en
todos los Estados, ninguno se libra, independientemente del tipo de gobierno,
claro está se percibe en mayor o en menor grado. En efecto, durante el 2020, según
Transparencia Internacional (TI), dos tercios de los países del mundo no
alcanzaron los 50 puntos de 100 en el índice de percepción de la corrupción, es decir, se podría
afirmar que dos tercios de los Estados del mundo son los más corruptos,
identificando como práctica habitual el soborno, malversación de fondos y el nepotismo.
TI calificó a Venezuela (socialista), Yemen (camino a Estado fallido), Siria
(totalitarismo), Somalia (Estado fallido) y Sudán del Sur (Estado nuevo
cogobierno), como los países más corruptos del planeta, ocupando los últimos 5
lugares del ranking de TI. Perú se ubica en el puesto 94 con solo 38 puntos de
100, es decir, está en el paquete de los más corruptos. Bolivia, que algunos
admiran y lo consideran un modelo a seguir, está debajo de Perú, ocupa el lugar
124 con solo 31 puntos. Ver
En ese contexto, podemos afirmar que la extinción de la corrupción no depende de la solitaria acción o voluntad de una persona o una organización política o solo de los servidores de una organización del Estado. Es un mal que está en los individuos, he ahí su complejidad para combatirla. Para aminorar sus efectos y la percepción de la corrupción, los gobiernos tienden a implementar mayoritariamente medidas reactivas y coercitivas, otros implementan medidas proactivas preventivas, fortaleciendo los sistemas de control y transparencia de los actos y acciones de los servidores públicos. No hay una fórmula mágica que asegure la extinción de la corrupción. Sin embargo, la fórmula para reducirla, dependerá de la eficacia de las medidas coercitivas y preventivas, pero, además, dependerá de un proceso de largo aliento, de cambios generacionales, de la formación moral y de los valores éticos de los individuos.
En
una democracia como la nuestra, donde prima el Estado de derecho, son las
autoridades competentes las llamadas a prevenir, corregir y sancionar a los
individuos que estén inmersos en algún acto de corrupción. Para eso, el Estado
cuenta con un sistema nacional de control, cuyo órgano rector es la Contraloría General de la República, así
como los órganos jurisdiccionales encargados de vigilar y sancionar cuando
corresponda
Finalmente,
la lucha contra la corrupción, no depende de un “salvador”, menos de un
caudillo. La lucha contra la corrupción es tarea de todos, no solo debe liderar
el Estado y sus servidores públicos, sino depende del compromiso de todos los
individuos que forman parte de una sociedad. Además, la historia nos demuestra
que extinguir la corrupción, es casi una utopía, tiene más sentido hablar de reducir
a su mínima expresión la percepción de la corrupción. En consecuencia, si un
candidato te promete una gestión “sin corrupción”, por lo menos, debes dudarlo,
porque ni siquiera los países más avanzados del planeta están libres de ese mal
social.
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