martes, 5 de junio de 2007

La Hormiga y el Trigo


Una de las manifestaciones más fecundas de la justicia es conceder a los demás las posibilidades necesarias para desarrollar plenamente la personalidad. Con frecuencia, el afán precipitado de sacar partido de una persona impide hallar la fuerza necesaria para madurar y dar luego el ciento por uno.
Un grano de trigo se quedó solo en el campo después de la siega, esperando la lluvia para poder esconderse bajo el terrón. Una hormiga lo vio, se lo echó a la espalda y entre grandes fatigas se dirigió hacia el lejano hotmiguero. Mientras caminaba, el grano de trigo parecía cada vez más pesado sobre la espalda cansada de la hormiga.
-¿Por qué no me dejas tranquilo? -dijo el grano de trigo. La hormiga respondió:
-Si te dejo tranquilo no tendremos provisiones para el invierno. Somos tantas, nosotras las hormigas, que cada una debe llevar a la despensa el alimento que logre encontrar.
-Pero, yo no estoy hecho para ser comido -siguió el grano de trigo-. Yo soy una semilla llena de vida, y mi destino es el de hacer crecer una planta. Escúchame, hagamos un trato.
La hormiga, contenta de descansar un poco, dejó en el suelo la semilla y preguntó:
-¿Qué trato?
-Si tú me dejas aquí, en mi campo -dijo el grano de trigo-, renunciando a llevarme a tu casa, yo, dentro de un año, te daré cien granos de trigo iguales a mí.
La hormiga lo miró con aire de incredulidad.
-Si querida hormiga -continuó la semilla-, puedes creer lo que te digo. Si hoy renuncias a mí, yo te daré cien granos como yo, te regalaré cien granos de trigo para tu nido.
La hormiga pensó:
-¡Cien granos a cambio de uno solo...! ¡Es un milagro! ¿Y cómo harás? -preguntó al grano de trigo.
-Es un misterio -respondió el grano-. Es el misterio de la vida. Escava una pequeña fosa, entiérrame en ella y vuelve al cabo de un año.
Un año después volvió la hormiga. El grano de trigo había mantenido su promesa.

Por: Leonardo Da Vinci

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