Las civilizaciones siempre han tenido mayor predilección por los amantes y los poetas que por los hombres de Estado, porque mantienen vivo lo auténticamente humano. Ya que es el sentimiento, aquel pequeño y suave fervor sobre las barreras de raza, idioma, religión e incluso antiguas pugnas.
El Frederick Batinf, descubridor de la insulina, durante su niñez vivió en una granja en donde tuvo una amiguita con la que compartió muchos juegos. De pronto aquella niña enfermó y murió con "azúcar en la sangre". Al convertirse en médico, inició sus investigaciones impulsado por un deseo de sentirse útil. De esta manera le salvó la vida a millones de diabéticos. Es que Bating jamás olvidó a Janie y el amor que sentía por ella.
Sólo las personas insignificantes sienten temor de mostrar sus sentimientos. En cambio las personas superiores viven con ellos, como lo hacen con la belleza y el encanto de la vida.
Pero, ¿cómo mantener viva la sensibilidad, especialmente cuando envejecemos? ¿cómo restaurar su gracia cuando parece haberse desvanecido? Nuestro temor debe tener muchos motivos ocultos, sólo debemos descubrir cuáles son. ¿De qué tratamos de protegernos y por qué?.
¡Qué absurda locura cometeríamos si en nuestro mundo cobrecogedor e indiferente no mantuviéramos encendida la amable luz del sentimiento!
Por: Ardis Whitman
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