Por Wens Silvestre
Desde
inicios del siglo XXI, pero con especial intensidad en el último quinquenio,
las democracias del mundo han enfrentado una creciente erosión. Autocracias
electas, liderazgos populistas, manipulación de información mediante
tecnologías digitales y polarización social han debilitado los fundamentos del
gobierno representativo. Informes como los de Freedom House, V-Dem y The
Economist Democracy Index coinciden: hay más retrocesos que avances. Y lo más
preocupante es que estos procesos no solo se dan en regímenes frágiles, sino en
democracias consolidadas como Estados Unidos, Israel, India y Brasil.
En este escenario global, la apatía ciudadana y el debilitamiento de los partidos políticos como intermediarios entre el poder y la población explican, en parte, por qué se eligen líderes autoritarios, ineficientes o corruptos. No es solo un fracaso de las élites; es también una falla colectiva de la ciudadanía global por no asumir un rol activo y deliberativo.
En
el caso peruano, la crisis democrática ha sido aún más aguda. Entre 2016 y 2025,
el país ha tenido seis presidentes en menos de diez años, y un Congreso que,
lejos de representar al pueblo, ha actuado como un órgano de blindaje,
cooptación institucional y producción legislativa arbitraria.
El
Congreso ha utilizado su poder para aprobar leyes por insistencia, incluso
contra la opinión técnica del Ejecutivo y de organismos autónomos. Se ha fortalecido
su control indirecto sobre instituciones como el Tribunal Constitucional, la
Defensoría del Pueblo, la Junta Nacional de Justicia y ha intentado socavar la
independencia del Ministerio Público. Al mismo tiempo, ha promovido leyes
abiertamente inconstitucionales o regresivas: la contrarreforma universitaria,
la eliminación de detención preliminar, leyes punitivas contra adolescentes,
restricciones al referéndum y leyes anti-ONG.
Lo
más alarmante es que este copamiento se ha hecho sin una ciudadanía vigilante
ni activa. La pasividad ha sido funcional al deterioro democrático.
¿Y
el ciudadano? ¿Elector o cómplice?
La
última encuesta de Datum (junio 2025) revela un dato estructuralmente
preocupante: el 63 % de peruanos no simpatiza con ningún partido político y el
68 % prefiere votar por partidos nuevos (Congreso) antes que conocidos. Aunque
esto refleja una legítima desilusión, también denota una ciudadanía que no ha
desarrollado criterios sólidos de deliberación ni exigencia institucional.
Ø
El
53 % de encuestados prefiere un candidato "nuevo" en política frente
a uno con experiencia (38%), incluso si eso implica mayor improvisación.
Ø
El 70 %
decide su voto evaluando tanto al candidato como al partido, pero el 15 % lo
hace solo por el candidato, sin importar el grupo que lo respalde.
Ø
Los
atributos más valorados para el próximo presidente son sus propuestas (39 %) y
su experiencia laboral (22 %), mientras que solo el 12% valora su trayectoria
política.
La
consecuencia es que figuras mediáticas o antisistema ganan protagonismo: Carlos
Álvarez lidera la simpatía con 39 %, seguido por López Aliaga (29 %) y Yonhy
Lescano (22 %). Paradójicamente, muchos de estos candidatos no tienen un
proyecto institucional serio, y algunos acumulan altos niveles de rechazo (más
del 30 % en varios casos).
Opciones
rumbo a 2026: ¿refundar o repetir?
El
Perú se encamina hacia las elecciones generales de 2026 con un ecosistema
político devastado:
Ø
Los
partidos tradicionales han perdido arraigo y credibilidad.
Ø
El
Congreso continúa aprobando normas que debilitan la democracia y los derechos
fundamentales.
Ø
El
Ejecutivo, encabezado por Dina Boluarte, ha sido cómplice por omisión o
conveniencia, prefiriendo sobrevivir al costo de abdicar del control
constitucional.
Sin
embargo, la encuesta de Datum también muestra que la ciudadanía quiere un
cambio: exige seguridad (46 %), economía (41 %), y lucha contra la corrupción (39 %)
como prioridades para el próximo gobierno. El problema es que no encuentra a
quién confiarle esa tarea.
O
elegimos mejor, o dejamos de ser democracia
Las
democracias no mueren de un golpe. Mueren de apatía, improvisación y elecciones
sin memoria. El Perú es hoy un espejo de lo que ocurre a nivel global: la
democracia está siendo vaciada desde dentro, no solo por los políticos, sino
también por una ciudadanía que elige sin evaluar, que vota sin exigir, que
observa sin participar.
Si
2026 se convierte en una repetición de los errores del pasado —eligiendo
figuras sin equipos, partidos sin principios o candidatos sin trayectoria ni
visión de país— entonces el país seguirá descendiendo en su espiral
autoritaria. La oportunidad aún existe. Pero no es tarea solo de los políticos.
Es, sobre todo, tarea de los ciudadanos.
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