Por Wens Silvestre
A pesar de que en septiembre de 2024 se aprobó la Ley 32123, que prohíbe nuevos retiros de los fondos del Sistema Privado de Pensiones (SPP) y establece una reforma integral del sistema previsional, el Congreso de la República ha optado nuevamente por ignorar la evidencia técnica y ceder a la presión populista. Al 26 de mayo de 2025, ya se han presentado 25 proyectos de ley que buscan permitir un octavo retiro de fondos previsionales, siendo 16 de ellos idénticos en el pedido: autorizar el retiro de hasta 4 UIT (S/21.400) de las cuentas administradas por las AFP.
Uno
de los más recientes incluso propone que ese retiro se efectúe en tiempo récord
-en apenas 30 días- y amplía el alcance al retiro total del 100% de fondos para
personas diagnosticadas con enfermedades graves o condiciones patológicas
avanzadas.
En
un país con baja cultura previsional y alta informalidad laboral, seguir
debilitando el sistema de pensiones no es solo irresponsable: es una amenaza
directa al bienestar de millones de peruanos que necesitarán ingresos en la
vejez. La justificación política -acceder a recursos inmediatos para aliviar
situaciones personales- es comprensible, pero el costo estructural de estas
decisiones es gigantesco y, peor aún, nadie lo está calculando seriamente.
Las
propuestas actuales carecen de estudios actuariales, análisis costo-beneficio,
y ni siquiera proyectan el impacto fiscal de mediano plazo. Se trata de
decisiones improvisadas, hechas al calor del oportunismo político, con fines de
popularidad y reelección encubierta.
La
función del sistema previsional es clara: proporcionar una pensión digna a
quienes dejan de trabajar. Transformarlo en una cuenta de ahorros para uso
libre y sin restricciones lo desnaturaliza completamente. ¿Qué ocurrirá con los
millones de afiliados que ya han retirado gran parte o la totalidad de sus
fondos? ¿Qué pensión recibirán en 10, 15 o 20 años? ¿Quién asumirá esa carga?
La respuesta es clara: el Estado. Es decir, usted, yo, todos los contribuyentes.
La
Ley 32123 fue un intento serio, aunque perfectible, de modernizar el sistema.
Estableció un esquema multipilar, con aportes obligatorios, componentes
solidarios y mecanismos innovadores como la pensión por consumo. También
prohibió nuevos retiros no previsionales, precisamente para evitar el colapso
del sistema. Sin embargo, esta ley ha sido saboteada políticamente antes de
consolidarse, y lo más grave es que no hay consecuencias políticas por este
saboteo institucional.
Es
urgente recuperar la sensatez. La ciudadanía necesita saber que el sistema
previsional no puede sobrevivir si cada año el Congreso decide desmantelarlo un
poco más. Si de verdad se quiere ayudar a las personas en situaciones de
emergencia, existen otras vías más técnicas y focalizadas: autopréstamos
previsionales con devolución, fondos solidarios por enfermedad grave, o incluso
programas de asistencia directa desde el Tesoro Público. Seguir utilizando los
fondos previsionales como un paliativo social solo agrava el problema
estructural y profundiza la precariedad del sistema.
Este
artículo no es una defensa de las AFP ni del statu quo. El sistema debe
mejorar, ser más transparente, más competitivo, y ofrecer mejores pensiones.
Pero la solución no es vaciar las cuentas. La solución es construir, no
destruir. Hoy más que nunca, el país necesita decisiones basadas en evidencia y
no en encuestas. Necesita legisladores que piensen en el largo plazo, y no en
la próxima elección. Necesita ciudadanía que entienda que la vejez también
requiere planificación y esfuerzo, no solo promesas. Porque destruir un sistema
de pensiones puede tomar una ley. Pero reconstruir la confianza y la
sostenibilidad puede tomar una generación entera.