Por Wens Silvestre
La
política estadounidense ha enfrentado múltiples desafíos a lo largo de su
historia, pero pocas veces ha estado tan expuesta a la irracionalidad, la
impulsividad y el populismo extremo como bajo la administración de Donald Trump.
Su regreso a la Casa Blanca ha significado un golpe a la estabilidad global, a
las relaciones con los aliados históricos de Estados Unidos y a la economía
mundial, colocando al país en una espiral de proteccionismo destructivo,
aislamiento diplomático y vulnerabilidad estratégica.
Este
nuevo periodo de gobierno no solo reafirma su tendencia a la desinformación y
la manipulación, sino que, además, su gestión errática y caótica está
debilitando a Estados Unidos desde dentro mientras fortalece a sus principales
adversarios: Rusia, China y otros regímenes autoritarios.
Para empezar, uno de los pilares de la política económica de Trump ha sido el anuncio de la imposición de aranceles descontrolados a socios comerciales clave como México, Canadá y China. Con su decisión de aplicar un 25% de aranceles a las importaciones mexicanas y canadienses (probablemente en vigencia a partir de marzo) y un 10% a las chinas, el presidente ha desatado una guerra comercial innecesaria que, lejos de beneficiar a EE.UU., está encareciendo los bienes de consumo, afectando la competitividad de las empresas estadounidenses y disparando la inflación.
El
mismo Wall Street Journal advierte que estas medidas están creando una crisis
en las cadenas de suministro, aumentando los costos de producción en sectores
clave como la industria automotriz y la manufactura. La teoría de que estos
aranceles impulsarán la reindustrialización estadounidense es una falacia: las
empresas no pueden simplemente trasladar sus fábricas de la noche a la mañana,
y las alternativas son demasiado costosas en términos de tiempo y capital.
Como
consecuencia, el resultado será un golpe directo al bolsillo de los
consumidores estadounidenses, que verán precios más altos en productos básicos,
mientras la inflación sigue presionando la economía.
Por
otro lado, más preocupante aún es la nueva doctrina de política exterior de
Trump, que mina la seguridad nacional de EE.UU. y traiciona a sus aliados
históricos. Su deseo de reintegrar a Rusia en el G7, su insistencia en negociar
unilateralmente la paz en Ucrania (imponiendo condiciones favorables a Putin) y
su estrategia de confrontación con la OTAN han generado una ruptura en la
confianza internacional en Estados Unidos.
El
hecho de que Trump haya calificado a Zelensky de “dictador” y haya sugerido que
Ucrania debe aceptar las condiciones de paz impuestas por EE.UU. y Rusia, demuestra
su desprecio por la soberanía de un país invadido y su predisposición a
complacer a Putin. En lugar de reforzar el liderazgo estadounidense en la
seguridad global, está cediendo terreno a los autoritarismos que buscan
debilitar el orden internacional.
En
cuanto a China, sus amenazas de imponer aranceles del 150% a los países BRICS y
cortar relaciones comerciales con ellos, son una demostración de ignorancia
económica. Los BRICS representan una parte fundamental del comercio global, y
una ruptura con ellos significaría un colapso en las exportaciones agrícolas
estadounidenses, un encarecimiento extremo de la energía y la exclusión de
EE.UU. de mercados clave.
Si
Trump realmente estuviera interesado en el bienestar económico de su país, buscaría
acuerdos estratégicos en lugar de aplicar medidas extremas que solo aíslan a
EE.UU.
En
el ámbito institucional, más allá de la economía y la política exterior, Trump
ha dado pasos peligrosos en la erosión de las instituciones democráticas. Su
decisión de suspender la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (FCPA),
que evita que empresas estadounidenses sobornen a funcionarios de otros países,
envía un mensaje de impunidad a las corporaciones y refuerza la corrupción
global.
Con
esta medida, Trump no solo destruye años de lucha anticorrupción en el mundo,
sino que también debilita la credibilidad de EE.UU. como defensor de la
transparencia y la ética en los negocios internacionales.
A
esto se suma su insistencia en desmantelar el Estado federal, promoviendo
despidos masivos en la administración pública bajo la excusa de la “eficiencia
gubernamental”, mientras otorga poderes a multimillonarios como Elon Musk para
reestructurar el aparato estatal.
Este
enfoque autoritario pone en peligro los servicios públicos esenciales y genera
un modelo de gobierno basado en el caos, la corrupción y el nepotismo, con
decisiones tomadas por capricho en lugar de políticas fundamentadas.
Aún
más preocupante, uno de los aspectos más alarmantes de la presidencia de Trump
es su impulsividad y falta de previsión estratégica. Un líder con acceso al
arsenal nuclear de EE.UU., que se deja guiar por emociones y decisiones
improvisadas, representa una amenaza real para la estabilidad mundial.
Sus
ataques a la OTAN, su retórica agresiva y su desprecio por el multilateralismo podrían
desencadenar conflictos innecesarios o debilitar alianzas estratégicas en un
momento donde las tensiones globales están en su punto más alto.
Las
acciones impredecibles de Trump crean un escenario donde aliados históricos
como Europa buscan independizarse de EE.UU. en materia de defensa, mientras
adversarios como Rusia y China capitalizan el vacío de liderazgo estadounidense.
En
síntesis, Donald Trump no es solo un presidente populista. Es un líder desconectado
de la realidad, guiado por su ego y carente de visión estratégica. Sus
políticas económicas son irracionales y dañinas para su propio país, sus
acciones en política exterior traicionan a sus aliados y fortalecen a regímenes
autoritarios, y su desprecio por las instituciones pone en riesgo el futuro de
la democracia estadounidense.
Cada
día que pasa, su presencia en la Casa Blanca se convierte en un peligro latente
no solo para EE.UU., sino para el mundo entero. Su legado, lejos de hacer a
América “grande otra vez”, está dejando una nación más aislada, vulnerable y
debilitada en el escenario internacional.
Si la historia nos ha enseñado algo, es que el liderazgo irresponsable siempre tiene un alto costo. Y en el caso de Trump, ese costo podría ser el colapso del orden global tal como lo conocemos. ¿Cuánto más puede resistir el mundo las consecuencias de un liderazgo impulsivo y destructivo antes de que el daño sea irreparable?